Por Javier de Miguel
Hoy en día abunda en muchos católicos una especial
afición hacia el recorte de los derechos de la Iglesia sobre el mundo.
Amparados en los peligros del clericalismo, hacen todo lo posible por
desactivar los resortes doctrinales que puedan poner en tela de juicio los
grandes movimientos económicos, sociales o políticos imperantes, bajo argumento
de que la Iglesia no debe inmiscuirse en los asuntos temporales. Sería esta la
fotografía del católico aggiornado.
El peligro del clericalismo existe y es real, pero
no consiste en lo que los aggiornados temen. El verdadero clericalismo
consiste en la intromisión de la Iglesia en lo que respecta a la vertiente
técnica de los aspectos temporales, pero nunca en el enjuiciamiento moral de
las políticas económicas, sociales o incluso generales.
Por el contrario, esta concepción desviada del
clericalismo ha desembocado en otro tipo de clericalismo, en este caso una
suerte de clericalismo inverso, de acuerdo con el cual, una vez
acalladas las voces de la Iglesia en materia temporal, y reducida su pastoral
al ámbito de lo puramente espiritual, es el mundo el que crea la doctrina, y la
Iglesia, quien la acoge, adaptando su lenguaje a las categorías mundanas.
Así, por ejemplo, se busca la convergencia, que obviamente
solamente se dará en el plano nominal, entre cierta terminología moderna con
principios católicos clásicos. Por ejemplo, si la Revolución Francesa se
inspiró en “Libertad, igualdad y fraternidad”, entonces la Revolución Francesa
puede entroncarse con la doctrina católica; si el capitalismo liberal habla de
libertad de iniciativa y derecho a la propiedad privada, entonces el
capitalismo liberal es compatible con la doctrina católica; si los organismos
supranacionales hablan de solidaridad, defensa de la mujer y lucha contra el
cambio climático, se ve en estos conceptos un trasunto de los principios
cristianos de caridad, dignidad de la mujer y cuidado de la Creación.
Por tanto, en el clericalismo inverso, la Iglesia
se autolimita su papel al de mero animador que “bautiza” a diestro y siniestro cuanto de biensonante (aunque
sea maloliente) existe en las categorías del lenguaje moderno. Y además, para
más escándalo, a la Iglesia no sólo la quieren apartar los de fuera, sino los
de dentro, convirtiéndose en una de las pocas instituciones que se ha propuesto
como objetivo (quiero pensar que inintencionado) su autodestrucción.
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