NEOLIBERALISMO Y SOCIALISMO, CARTERA Y BRAGUETA CON UNA MISMA
FINALIDAD: LA DEMOLICIÓN DEL ORDEN SOCIAL
Javier de Miguel
Con frecuencia
se habla, de que los sistemas económicos, especialmente los de la Europa
continental, son capitalistas en la producción, y socialistas en la
distribución. Esta afirmación, que encierra una paradoja aparente, por otro
lado, muy estética, insinúa una realidad escandalosa: el socialismo necesita
del capitalismo para vivir. Es decir, ya no es sólo que el socialismo sea reacción,
justa en sus motivos, pero errada en su construcción teorética y tanto o más en
su aplicación práctica, al materialismo ateo liberal, tal como repitió en
numerosas ocasiones la Doctrina Social de la Iglesia, en especial Pío XI, que
contempló el derrumbe de la estructura liberal clásica al tiempo que la
maduración del socialismo real. A mayor abundamiento, los hechos nos muestran
que el modelo de “Estado social” o “Estado del Bienestar”, de raíz
socialdemócrata derivada de un iusnaturalismo racionalista hipertrofiado, que
se encuentra en continuo avance hacia la satisfacción, no ya de los derechos
considerados por el liberal clásico como “fundamentales” (básicamente la vida y
la propiedad), sino de derechos considerados de “n” generación (he perdido la
cuenta de las generaciones de “derechos” que van apareciendo), que no son más
que burdas complacencias de la concupiscencia desbordada por el abandono de la
moralidad pública y privada, necesita como cómplice las políticas neoliberales.
Ésta, que parece
enrevesada, es la tesis. La motivación de la misma, sin embargo, es bastante
más sencilla. La proliferación de falsos derechos que se cargan a lomos del
llamado “Estado asistencial” (la diversidad sexual, el aborto, la eutanasia, o el
derecho a ser padres, entre otras muchas aberraciones), tienen lógicamente un
coste, que debe ser financiado, y lo será fundamentalmente mediante la política
fiscal, primera y principal fuente de ingresos del Estado. La cuestión es: el
ritmo de crecimiento insaciable de nuevos y absurdos “derechos”, y la
presunción de que debe ser el Estado quien los tutele, ha dejado de ser
proporcional al ritmo de creación de riqueza (el intento de reducir esta
desproporción en las últimas décadas ha tenido como resultado el endeudamiento
masivo y el cuasi-colapso del propio sistema prestacional del Estado, y ha sido
una causa no desdeñable del crash que
durante más de una década seguimos sufriendo), y por tanto, para evitar
revueltas sociales de índole incalculable como resultado del reconocimiento de
dicha incapacidad pública para satisfacer las pretensiones, muchas de ellas
concupiscentes e inmorales, de la sociedad, es necesario asegurar al máximo una
tendencia positiva en la recaudación fiscal.
¿Y cómo se
hace esto? (o cómo se ha estado haciendo hasta ahora): sencillamente aplicando
medida económicas de corte neoliberal, especialmente aquellas que obscenamente
se denominan por los liberales “ de flexibilización del mercado laboral”, teoría
que curiosamente tiende a traducirse en una precarización sistemática de las
condiciones laborales de los trabajadores. De esa manera, se incrementan los
beneficios de las grandes corporaciones (que son las que más cantidad de puestos
de trabajo atesoran), y se puede seguir sosteniendo con sus impuestos esa orgía
de pretensiones vomitivas. Al tiempo, el incremento de los beneficios
empresariales permite suavizar su marco fiscal, atrayendo así inversión
exterior, y realimentando la recaudación.
Esto por un
lado. Por otro, la estrategia consiste en tensionar, al límite pero progresivamente,
es decir, sin que se note mucho, las prestaciones clásicas del Estado social
(básicamente, sanidad, educación y pensiones), con la maquiavélica idea de que
el ciudadano valorará más las nuevas “prestaciones” por el mero hecho de ser nuevas y de generar placeres más deleznables.
Hablando en plata: que para que usted, trabajador de a pie, pueda hacer de su
bragueta el uso que le plazca, a expensas del Estado, debe pagar el precio de trabajar más por menos,
y que se le pueda despedir más barato, renunciar a una parte de su jubilación
pública, o hacer más colas en su centro de salud público. En definitiva,
hipotecar su salud y su futuro material y moral, por la complacencia de los “servicios”
gestionados por un Estado que se ha convertido en un negocio de proxenetismo
social de ingentes dimensiones. En definitiva: un Estado de billetera en la
derecha y bragueta que la propia billetera ha colocado en la izquierda.