JULIANO EL APÓSTATA, O EL N.O.M DEL SIGLO IV
Javier de Miguel
En
el año 361 sube al trono del Imperio Romano, el emperador Juliano, llamado el
apóstata, sincretista de apariencia cristiana, tristemente conocido por ser el
innovador de los métodos de persecución contra los cristianos. Así, San
Gregorio Nacianceno designa su breve campaña persecutoria como la más cruel de
las persecuciones. Sin embargo, los martirios no fueron tan frecuentes como en
otras persecuciones. ¿Qué fue, pues, lo que diferenció los métodos del Apóstata
de otras campañas persecutorias?.
Tal
como explica García Villoslada en su Historia
de la Iglesia, su afán por restablecer el paganismo en el Imperio se
canalizó a través de medidas mayoritariamente legislativas, que tenían por
objeto matar el alma de los cristianos, en lugar de matar su cuerpo. Cierto es
que todo martirio corporal va precedido de un ofrecimiento de apostasía, y por
tanto, siempre lleva implícita la posibilidad de matar el alma. Pero el bajo
número de los denominados lapsi (cristianos
que apostatan para salvar su vida o sus posesiones), y la extensión milagrosa
del cristianismo por el Imperio pese a la crueldad de las persecuciones
previas, ponían de manifiesto la ineficacia y el carácter contraproducente del
martirio corporal. Juliano tenía claro que debía ahogar moral y culturalmente
el cristianismo si pretendía su destrucción. Criterio que, como iremos viendo,
bien astutamente comparte con el mundialismo anticristiano germinado tras la
Revolución Francesa.
Su
primera medida fue, explica Villoslada, “conceder amplia libertad a las sectas
cristianas”, bajo el pretexto de una “tolerancia universal e igualdad absoluta
para todas las religiones, sin preferencia ninguna”, incluso favoreciendo
notoriamente a arrianos y judíos. Encontramos aquí un primer paralelismo con
las políticas actuales de indiferencia religiosa, denominada por Gregorio XVI “la
mayor y más mortífera peste para la sociedad”. Queda de manifiesto la falacia
de quienes pretenden convencer al mundo, católicos conservadores incluidos, de
que equiparar las falsas religiones a la verdadera Religión, no es más que un
acto de concesión benevolente hacia estas últimas, y que en nada afecta esto al
status quo de la Religión Católica. Villoslada
habla precisamente de la gran confusión doctrinal que generó esta medida, por cuanto
amalgamó la verdad con el error, confundiendo seguramente a miles de almas
cristianas y provocando a buen seguro, una apostasía silenciosa, muy similar a
la que podemos contemplar hoy en muchas parroquias y sedes episcopales.
La
segunda medida, vinculada a la anterior, y de nuevo bajo el falso pretexto de
la uniformidad religiosa, fue privar de todos los privilegios legales a los
cristianos, especialmente al clero y a los obispos. En un Imperio ya
mayoritariamente cristiano, se pretendió, tal como se pretende, y
lamentablemente se está consiguiendo hoy, desoír la fe mayoritaria de la
sociedad romana, para introducir con calzador el paganismo so pretexto de
constituir la esencia histórica del Imperio, es decir, como signo de
autenticidad. Argumento tan falaz como el de quien dijera que volver a las idolatrías
ibéricas o celtas fuese señal de hispanismo.
La
tercera medida, más cruel si cabe, fue aislar a la escuela cristiana, privándola
del uso de los clásicos paganos, a fin, cuenta Villoslada, “de que quedaran los
cristianos sin instrucción, o se vieran obligados a acudir a los maestros gentiles”.
Nada que envidiar a las políticas actuales de retirada de fondos públicos a la
escuela religiosa y a la asignatura de religión en la escuela pública, a fin de
que el cristiano quede inerme ante las perversas ideologías inoculadas en la
denominada escuela pública y laica, que
no es más que la representación hodierna de los maestros gentiles del siglo
XXI.
Tras
esto, no podemos obviar preguntarnos quiénes son los Julianos del siglo XXI: ¿son los gobernantes inspirados y
sostenidos por las ideologías mundialistas masónicas y anticristianas? Desde luego.
¿Lo son quienes emplean los medios educativos para corromper la infancia y la
juventud? Sin duda. ¿Lo son los miembros del Cuerpo Místico de Cristo que
traicionan su Fe introduciendo la herejía en las almas de su grey? También. Por
último, ¿lo son aquellos católicos, desde el más humilde fiel, hasta muchos
portadores del capelo cardenalicio, llamados vulgarmente conservadores,
liberales de menor grado, que, contagiados por el espíritu del mundo, y
deseando “abrir las ventanas” al mismo, han creído irreflexiva e
irresponsablemente, que la nueva primavera de la Iglesia pasaba por adoptar los
mismos principios y lenguaje que sus propios enemigos, desautorizando la
Doctrina clásica sobre la unidad y libertad religiosas? Juzgue cada cual.
No
fue sino la Providencia quien libró pronto a los cristianos del yugo de
Juliano. Hoy sólo la Providencia puede librarnos del nuevo yugo mundialista que
azota a los cristianos. La diferencia es que hoy, ese azote se produce bajo la
sumisión de gran parte de la Iglesia, que, contagiada de un atípico Síndrome de
Estocolmo, dice amén a todo lo que
provenga del mundialismo con la falsa creencia de que de esa manera será
aceptada, o cuando menos, se la dejará más libre. No es sino una manera vil de rehuir
el martirio. Gran parte de la Iglesia de hoy no es sino un lapsi de dimensiones
universales, que necesitará de una fuerte penitencia y purificación.
Purificación que comienza en la primera sociedad humana, la familia, y que pasa
por hacer frente, educando en la doctrina tradicional de la Iglesia, a las
nuevas generaciones. Sólo el testimonio auténticamente cristiano, ayudado de la
Providencia, puede girar las tornas. Mientras tanto, cada asentimiento, directo
o indirecto a las doctrinas anticristianas, será un nuevo coladero para los
Julianos de hoy día.
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