Por Javier de Miguel
¿POR QUÉ ESPAÑA?
La píldora: alguien probablemente se sorprenderá de que no dedique la columna de esta semana a tan surrealista anuncio por parte de las Sras. Aído y Jiménez. No lo voy a hacer directamente por tratarse este blog de temas más de fondo que el mero análisis de la rabiosa actualidad, pero sí lo voy a hacer de manera indirecta.
Medidas como ésta, y otras muchas que le precedieron (matrimonio homosexual, divorcio express, ley de plazos del aborto), y otras que le sucederán (eutanasia) configuran en España un conglomerado de actuaciones dirigidas a más que radicalizar el panorama social. Y digo más que radicalizar porque este tipo de medidas revolucionarias están azotando, desde 2004 (comienzo de la más reciente sub-etapa revolucionaria en España) con especial virulencia a nuestro país.
Se dice a menudo como excusa que estas medidas persiguen una supuesta “homologación” con la legislación de la mayoría de los países europeos. Quien lo hace, miente: en primer lugar, el populacho desconoce cómo se legislan estos temas en el extranjero; y como consecuencia se desconoce que la legislación española en materia sexual es de las más agresivas y revolucionarias del mundo. No tengo espacio para hacer comparativas ahora, pero a la luz pública están, a través de ese maravilloso invento llamado Internet. Por eso, no valen las comparaciones, primero porque son falsas, y segundo, porque en Europa muchos empiezan a dar marcha atrás (o dejar de dar marcha adelante) en relación a algunas medidas que aquí se toman con toda la suficiencia del mundo.
Valga esto como introducción. Entonces, ¿qué motivo lleva a que España sea, a día de hoy, la vanguardia revolucionaria de Europa? (la nueva punta de lanza serán los EE.UU del Sr. Obama, ya lo verán). ¿Quién tiene especial interés en esto, y por qué?
La sociedad española tiene una idiosincrasia muy particular que la hace especialmente vulnerable, o mejor dicho, un caldo de cultivo, de las ideas revolucionarias. Y esa personalidad se resume, a mi modo de ver, en tres factores:
Por un lado, el volumen de inmigración y su proximidad al continente africano: esto lleva implícito un riesgo endógeno de despersonalización de la sociedad, acelerado por la legislación actual (efecto “llamada”) y por la que vendrá (el voto de los inmigrantes en las municipales está al caer, nadie se podrá oponer, so pena de ser tachado de fascista y xenófobo). En definitiva, se quiere que la personalidad y tradiciones socio-culturales del país se disuelvan como un azucarillo (que es exactamente lo que se pretende a nivel global con la Alianza de Civilizaciones) en el “café para todos” de la política migratoria de los que mandan: eso significa terreno abonado para implantar nuevas ideas en medio de la confusión. Por tanto, dejémoslo claro: la islamofilia de la izquierda española no es porque sí: a los revolucionarios, el Islam les importa un comino: pueden estar seguros de ello. Lo que ocurre es que los guiños al Islam son una manera de debilitar a la religión mayoritaria de España y, de paso, tambalear el sistema de valores que ha envuelto nuestra cultura e historia bajo la manta de la “ética de mínimos” (que, de por sí, da para otra columna entera: lo abordaremos). El día que el Islam moleste, o ya no sirva para lo que se pretende, se lo quitarán de encima a patadas: bastará con decir lo que ahora no dicen porque no conviene: que el Islam es violento, machista y opresor, y por tanto, no conviene a una sociedad ultra-moderna como la nuestra.
El segundo factor determinante es el acervo histórico contemporáneo de España, concretamente, el hundimiento (por su propio peso) de la II República, el levantamiento militar de 1936 y la dictadura franquista. Cada uno de ellos es la excusa perfecta para dinamitar todo lo que se supone que proviene de ello: es decir, resulta que la tradición católica milenaria de España comenzó, según los revolucionarios, en 1939, bajo los mandos de un señor muy malo que quiso meter por las orejas a la gente una religión que nunca había existido en España, unos valores que a todo el mundo eran ajenos, y en definitiva, una idiosincrasia social contra natura que debía ser normalizada por los cauces del nihilismo, el ateísmo y el hedonismo, que era lo que había predominado en España a lo largo de toda su historia., ¿verdad?.
Y el tercer factor, que puede parecer contraproducente, pero es así, es la propia tradición católica de España: es decir, justo lo que hemos visto negar a las bocas revolucionarias en el párrafo anterior. Esto parecería que debe actuar de freno, pero de hecho es más bien un catalizador de las ideas revolucionarias. Se ha conseguido crear un sentimiento de inferioridad por nuestro supuesto “lastre” católico que, a juicio de la izquierda, es la principal causa de letargo social en España. De ahí las continuas referencias a la homologación de las legislaciones. Pero que nadie se lleve a engaño: este último factor, y también el segundo, no son más que la consecuencia de un pulso mediático-cultural que la revolución tiene ganado en España desde los años de la transición. Y esto no es sólo culpa de la revolución. Las malas acciones también son por omisión, y aquí mucha gente ha callado y tolerado no que nunca se debió callar ni tolerar. Veremos si no es ya demasiado tarde.
miércoles, 13 de mayo de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario