Por Javier de Miguel
Con ocasión de los trágicos sucesos que hemos conocido estas últimas semanas respecto de varioa asesinatos y violaciones de menores, me parece oportuno hacer una excepción a mi intención general de tratar los temas en este blog en clave de intemporalidad, que pretende evitar que los artículos se conviertan en simples editoriales motivados por la rabiosa actualidad, y que se devalúen en la medida en que nuestra memoria pierda los detalles sobre los hechos que los motivaron, y por tanto, el tiempo corra en contra de la frescura de su análisis a posteriori.
No obstante, pienso y espero que sea una excepción parcial, porque las noticias recientes de estos y otros crímenes solamente servirán de coartada para introducir un tema mucho más estructural, que afecta, como tantos otros, al sistema y que, también como tantos otros, tiene su leit motiv en las ideologías revolucionarias, especialmente las que copan el espectro político de la izquierda.
Que la delincuencia es un fenómeno que, a día de hoy, se puede calificar de descontrolado, por su volumen creciente y su imprevisibilidad; que la justicia es caótica e ineficaz en muchos casos; que la burocracia está por encima de los problemas; y que la sensación social generalizada de impunidad ante el delito es creciente, son hechos que, por evidentes, no merece la pena discutir. Lo que es menos evidente, al menos para la opinión pública son las causas últimas de todo ello. Por tanto, intentaremos acudir a ellas, y a su relación con el código genético de las ideologías revolucionarias, que podemos sintetizar en cuatro puntos:
i) Lo primero es lo primero
En primer lugar, las ideologías revolucionarias exaltan la libertad absoluta, como valor cuasi-supremo, sólo superada – y no siempre - por la igualdad (traducido: igualitarismo), y desde luego, infinitamente superior al concepto de responsabilidad, del cual la libertad nunca puede ir separada, de ahí el error en la concepción de la propia libertad.
¿Y qué tiene que ver esto con la delincuencia? Pues lo definió mejor que nadie Felipe González en la década de la borrachera progre en España: “Contra la delincuencia, libertad”. Y no hay que irse tan lejos: basta recordar aquella mítica frase de nuestro ahora presidente, en relación al “mar de injusticia universal” que, a su juicio, era la causa del terrorismo internacional. Así pues, la causa de la creciente inseguridad ciudadana (se habló de ella hace algunos meses, ¿por qué no se ha vuelto a decir nada? ¿Qué tiene que decir la oposición al respecto?) sería que el sistema es demasiado rígido y/o injusto con los delincuentes, los cuales serían en realidad víctimas de la crueldad o la marginación a los que los somete el sistema, y por tanto, los poderes públicos deberían trabajar en orden a restablecer la “justicia universal” que necesita el paraíso terrenal-materialista que desean construir.
ii) Error en la consideración de la razón de ser de las condenas
Además de tener un concepto equivocado sobre las causas de la violencia en la sociedad, las ideologías revolucionarias tienen un concepto equivocado del objetivo de las condenas o penas. El término pena deriva del término en latín poena y posee una connotación de dolor causado por un castigo. No se trata tanto de un dolor físico, sino un dolor causado por la privación de derechos, básicamente el de libertad. Sí, sí, efectivamente estamos hablando de la privación de un derecho. Y eso es algo que las ideologías revolucionarias no soportan. Los derechos del sujeto priman por encima de todo, incluso aunque el sujeto infractor, en el ejercicio de sus supuestos “derechos” quebrante los de los demás. Por tanto, la ideología revolucionaria pretende conjugar el derecho, legítimo, de los ciudadanos, a no verse amenazados por el delincuente, con el derecho del penado, a que se le someta, sí o sí, a mecanismos de reinserción, incluso aunque ello ponga en peligro la seguridad futura de los mismos ciudadanos.
En otras palabras, la condena al delincuente sería un “conflicto de derechos” que se debe minimizar (en favor del delincuente, claro está), y yerra en tanto que omite que no puede haber sujetos de derechos sin sujetos de obligaciones, y la libertad (física) es uno de ellos, que está condicionado al cumplimiento de las “obligaciones” para con la sociedad en lo que se refiere al respeto a la vida, la libertad, etc, de las demás personas.
¿Reinserción? Para los ideólogos revolucionarios, reinserción y reducción de las condenas son conceptos relacionados. Uno es instrumento de la otro. De nuevo se yerra en este punto, pues pena y reinserción no son contraproducentes, ya que son conceptos independientes, más bien incluso relacionados positivamente. Dicho de otra manera, resulta un sinsentido que para favorecer que el penado no reincida en el futuro (si es que es eso lo que entendemos por reinsertar), haya que ablandar el castigo por un delito cometido en el pasado. Y lo es, en primer lugar porque quiebra el concepto originario de pena, y en segundo, porque da lugar a comportamientos situacionales por parte de los presos, y que amplían el margen de error por parte de los expertos que deciden en qué momento debe cada preso ser “reinsertado” (mientras se insiste en esto, llueven los casos de reincidencias durante los permisos carcelarios o durante el disfrute de libertad condicional, etc). Además, bajo este prisma, si la prisión ha de ser un lugar de reinserción, no habría ningún inconveniente en que pasen allí el tiempo que sea necesario, pues según esta lógica, una mayor duración de la condena, se debería relacionar con un mayor grado de reinserción.
iii) Antropología equivocada.
Quizá esta sea una de las causas de raíces más graves y profundas, y por ello, preocupantes, en tanto que afecta a la idea del hombre y de la sociedad, que las ideologías revolucionarias conciben, por sistema, de manera radicalmente deformada y opuesta a la verdad del hombre. Como herederos del Rousseaunismo, consideran la bondad natural del hombre como un axioma, y por tanto, cualquier comportamiento anómalo del mismo es achacado automáticamente a un problema social, siendo por tanto (y nos reenganchamos así con la primera causa) el delincuente una víctima que debe volver a su originario estado de naturaleza.
Y desde luego no podemos negar que existe una cierta lógica en el razonamiento: en sociedades respetuosas, ordenadas, de ciudadanos honestos y responsables, es más difícil que se cometan delitos, y sobre todo, que éstos queden impunes. Pero el fallo, el momento en que el razonamiento se desvía de la verdad, es en la concepción del propio hombre, como ser bondadoso y sin inclinación al mal, de manera que: “Si hay delitos, es SOLAMENTE porque la sociedad corrompe al individuo”, lo cual es falso, porque eso implicaría que la sociedad cambia la naturaleza del hombre, algo que de por sí es imposible, pues si el hombre tiene una naturaleza, ésta no puede modificarse, luego, o bien el hombre no tiene naturaleza (más próximo a las ideologías revolucionarias más radicales), o bien el razonamiento es absurdo, pues confunde la idea de naturaleza (tesis defendida en estas líneas). Resumiendo mucho: al ciudadano que se le transmite que haga lo que le dé la gana, hará cosas buenas y malas.
Con ocasión de los trágicos sucesos que hemos conocido estas últimas semanas respecto de varioa asesinatos y violaciones de menores, me parece oportuno hacer una excepción a mi intención general de tratar los temas en este blog en clave de intemporalidad, que pretende evitar que los artículos se conviertan en simples editoriales motivados por la rabiosa actualidad, y que se devalúen en la medida en que nuestra memoria pierda los detalles sobre los hechos que los motivaron, y por tanto, el tiempo corra en contra de la frescura de su análisis a posteriori.
No obstante, pienso y espero que sea una excepción parcial, porque las noticias recientes de estos y otros crímenes solamente servirán de coartada para introducir un tema mucho más estructural, que afecta, como tantos otros, al sistema y que, también como tantos otros, tiene su leit motiv en las ideologías revolucionarias, especialmente las que copan el espectro político de la izquierda.
Que la delincuencia es un fenómeno que, a día de hoy, se puede calificar de descontrolado, por su volumen creciente y su imprevisibilidad; que la justicia es caótica e ineficaz en muchos casos; que la burocracia está por encima de los problemas; y que la sensación social generalizada de impunidad ante el delito es creciente, son hechos que, por evidentes, no merece la pena discutir. Lo que es menos evidente, al menos para la opinión pública son las causas últimas de todo ello. Por tanto, intentaremos acudir a ellas, y a su relación con el código genético de las ideologías revolucionarias, que podemos sintetizar en cuatro puntos:
i) Lo primero es lo primero
En primer lugar, las ideologías revolucionarias exaltan la libertad absoluta, como valor cuasi-supremo, sólo superada – y no siempre - por la igualdad (traducido: igualitarismo), y desde luego, infinitamente superior al concepto de responsabilidad, del cual la libertad nunca puede ir separada, de ahí el error en la concepción de la propia libertad.
¿Y qué tiene que ver esto con la delincuencia? Pues lo definió mejor que nadie Felipe González en la década de la borrachera progre en España: “Contra la delincuencia, libertad”. Y no hay que irse tan lejos: basta recordar aquella mítica frase de nuestro ahora presidente, en relación al “mar de injusticia universal” que, a su juicio, era la causa del terrorismo internacional. Así pues, la causa de la creciente inseguridad ciudadana (se habló de ella hace algunos meses, ¿por qué no se ha vuelto a decir nada? ¿Qué tiene que decir la oposición al respecto?) sería que el sistema es demasiado rígido y/o injusto con los delincuentes, los cuales serían en realidad víctimas de la crueldad o la marginación a los que los somete el sistema, y por tanto, los poderes públicos deberían trabajar en orden a restablecer la “justicia universal” que necesita el paraíso terrenal-materialista que desean construir.
ii) Error en la consideración de la razón de ser de las condenas
Además de tener un concepto equivocado sobre las causas de la violencia en la sociedad, las ideologías revolucionarias tienen un concepto equivocado del objetivo de las condenas o penas. El término pena deriva del término en latín poena y posee una connotación de dolor causado por un castigo. No se trata tanto de un dolor físico, sino un dolor causado por la privación de derechos, básicamente el de libertad. Sí, sí, efectivamente estamos hablando de la privación de un derecho. Y eso es algo que las ideologías revolucionarias no soportan. Los derechos del sujeto priman por encima de todo, incluso aunque el sujeto infractor, en el ejercicio de sus supuestos “derechos” quebrante los de los demás. Por tanto, la ideología revolucionaria pretende conjugar el derecho, legítimo, de los ciudadanos, a no verse amenazados por el delincuente, con el derecho del penado, a que se le someta, sí o sí, a mecanismos de reinserción, incluso aunque ello ponga en peligro la seguridad futura de los mismos ciudadanos.
En otras palabras, la condena al delincuente sería un “conflicto de derechos” que se debe minimizar (en favor del delincuente, claro está), y yerra en tanto que omite que no puede haber sujetos de derechos sin sujetos de obligaciones, y la libertad (física) es uno de ellos, que está condicionado al cumplimiento de las “obligaciones” para con la sociedad en lo que se refiere al respeto a la vida, la libertad, etc, de las demás personas.
¿Reinserción? Para los ideólogos revolucionarios, reinserción y reducción de las condenas son conceptos relacionados. Uno es instrumento de la otro. De nuevo se yerra en este punto, pues pena y reinserción no son contraproducentes, ya que son conceptos independientes, más bien incluso relacionados positivamente. Dicho de otra manera, resulta un sinsentido que para favorecer que el penado no reincida en el futuro (si es que es eso lo que entendemos por reinsertar), haya que ablandar el castigo por un delito cometido en el pasado. Y lo es, en primer lugar porque quiebra el concepto originario de pena, y en segundo, porque da lugar a comportamientos situacionales por parte de los presos, y que amplían el margen de error por parte de los expertos que deciden en qué momento debe cada preso ser “reinsertado” (mientras se insiste en esto, llueven los casos de reincidencias durante los permisos carcelarios o durante el disfrute de libertad condicional, etc). Además, bajo este prisma, si la prisión ha de ser un lugar de reinserción, no habría ningún inconveniente en que pasen allí el tiempo que sea necesario, pues según esta lógica, una mayor duración de la condena, se debería relacionar con un mayor grado de reinserción.
iii) Antropología equivocada.
Quizá esta sea una de las causas de raíces más graves y profundas, y por ello, preocupantes, en tanto que afecta a la idea del hombre y de la sociedad, que las ideologías revolucionarias conciben, por sistema, de manera radicalmente deformada y opuesta a la verdad del hombre. Como herederos del Rousseaunismo, consideran la bondad natural del hombre como un axioma, y por tanto, cualquier comportamiento anómalo del mismo es achacado automáticamente a un problema social, siendo por tanto (y nos reenganchamos así con la primera causa) el delincuente una víctima que debe volver a su originario estado de naturaleza.
Y desde luego no podemos negar que existe una cierta lógica en el razonamiento: en sociedades respetuosas, ordenadas, de ciudadanos honestos y responsables, es más difícil que se cometan delitos, y sobre todo, que éstos queden impunes. Pero el fallo, el momento en que el razonamiento se desvía de la verdad, es en la concepción del propio hombre, como ser bondadoso y sin inclinación al mal, de manera que: “Si hay delitos, es SOLAMENTE porque la sociedad corrompe al individuo”, lo cual es falso, porque eso implicaría que la sociedad cambia la naturaleza del hombre, algo que de por sí es imposible, pues si el hombre tiene una naturaleza, ésta no puede modificarse, luego, o bien el hombre no tiene naturaleza (más próximo a las ideologías revolucionarias más radicales), o bien el razonamiento es absurdo, pues confunde la idea de naturaleza (tesis defendida en estas líneas). Resumiendo mucho: al ciudadano que se le transmite que haga lo que le dé la gana, hará cosas buenas y malas.
iv) Ideología irresponsable
Sin ningún género de dudas, el incremento de la conflictividad social es uno de los efectos más nocivos de las ideologías revolucionarias, en tanto que consecuencia de la podredumbre moral que siembran en la sociedad. Cuando, por defender de forma dogmática ideas secundarias (aunque para ellos fundamentales, pues es lo que les da de comer) se descuidan otros tan valiosos como la seguridad y las libertades de sus ciudadanos, algo se tuerce irremediablemente.
Recientemente, el Ministro de Educación se mostraba perplejo respecto a la escala de valores que tienen los salvajes que violaron recientemente a una niña de trece años. Sólo me caben dos explicaciones. O ese señor es un débil mental, cosa que dudo, o simplemente nos está tomando el pelo. Pero, ¿qué valores espera que tenga el “ciudadano-producto” de una ideología que rechaza la autoridad (excepto la suya y la de sus leyes), desprecia la tradición y ensalza incondicional y acríticamente lo novedoso, que convierte la sexualidad en un juego, que no respeta la vida humana en sus etapas más vulnerables, que pisotea la conciencia moral de sus ciudadanos y los somete al arbitrio de sus ideales de sociedad de laboratorio, que a nadie interesan, y que ningún problema real resuelven? El ciudadano que delinque (sobre todo si nos centramos en determinados delitos, los eufemísticamente denominados “de género”) es el producto de una sociedad que ha asumido que la sexualidad equivale a tomar un refresco: se puede hacer cuando se quiera, como se quiera, y con quien se quiera, y cuyo propio sinsentido es el que alimenta la violencia. Sí, sí, es así: el feminismo radical, que en el fondo (y en la superficie también) degrada a la mujer, la sexualidad banalizada (consecuencia del propio feminismo radical) y la degradación general que vienen sufriendo las relaciones interpersonales, conducen a esto, y SÓLO a esto.
Lo cortés no quita lo valiente: los sucesos son penosos, pero tengan por seguro que cada minuto de lamento, cada minuto de televisión con apariciones de políticos en manifestaciones de repulsa (¿contra quién? ¿contra su propia incapacidad?) o prometiendo la-nada (porque eso es lo que se ha hecho hasta ahora) en relación a la lucha contra la delincuencia, es un minuto perdido en analizar las causas verdaderas. Pero hasta en un tema tan sensible como es la delincuencia, decir la verdad escuece. Y no se trata de echar culpas, sólo de levantar una esquina de la alfombra para ver la porquería que alberga. Pero claro, esto es peligroso, porque se puede llegar a ver más porquería de la que se quiere que se vea. En definitiva, se buscan causas que poner sobre la mesa, pero causas que no dejen en mal lugar al que gobierna. Sólo una mentalidad así justifica el insulto a la inteligencia que supone que un servidor público diga, en plena era del "Estado-papá", que estos problemas se resuelven con "política social".
Sin ningún género de dudas, el incremento de la conflictividad social es uno de los efectos más nocivos de las ideologías revolucionarias, en tanto que consecuencia de la podredumbre moral que siembran en la sociedad. Cuando, por defender de forma dogmática ideas secundarias (aunque para ellos fundamentales, pues es lo que les da de comer) se descuidan otros tan valiosos como la seguridad y las libertades de sus ciudadanos, algo se tuerce irremediablemente.
Recientemente, el Ministro de Educación se mostraba perplejo respecto a la escala de valores que tienen los salvajes que violaron recientemente a una niña de trece años. Sólo me caben dos explicaciones. O ese señor es un débil mental, cosa que dudo, o simplemente nos está tomando el pelo. Pero, ¿qué valores espera que tenga el “ciudadano-producto” de una ideología que rechaza la autoridad (excepto la suya y la de sus leyes), desprecia la tradición y ensalza incondicional y acríticamente lo novedoso, que convierte la sexualidad en un juego, que no respeta la vida humana en sus etapas más vulnerables, que pisotea la conciencia moral de sus ciudadanos y los somete al arbitrio de sus ideales de sociedad de laboratorio, que a nadie interesan, y que ningún problema real resuelven? El ciudadano que delinque (sobre todo si nos centramos en determinados delitos, los eufemísticamente denominados “de género”) es el producto de una sociedad que ha asumido que la sexualidad equivale a tomar un refresco: se puede hacer cuando se quiera, como se quiera, y con quien se quiera, y cuyo propio sinsentido es el que alimenta la violencia. Sí, sí, es así: el feminismo radical, que en el fondo (y en la superficie también) degrada a la mujer, la sexualidad banalizada (consecuencia del propio feminismo radical) y la degradación general que vienen sufriendo las relaciones interpersonales, conducen a esto, y SÓLO a esto.
Lo cortés no quita lo valiente: los sucesos son penosos, pero tengan por seguro que cada minuto de lamento, cada minuto de televisión con apariciones de políticos en manifestaciones de repulsa (¿contra quién? ¿contra su propia incapacidad?) o prometiendo la-nada (porque eso es lo que se ha hecho hasta ahora) en relación a la lucha contra la delincuencia, es un minuto perdido en analizar las causas verdaderas. Pero hasta en un tema tan sensible como es la delincuencia, decir la verdad escuece. Y no se trata de echar culpas, sólo de levantar una esquina de la alfombra para ver la porquería que alberga. Pero claro, esto es peligroso, porque se puede llegar a ver más porquería de la que se quiere que se vea. En definitiva, se buscan causas que poner sobre la mesa, pero causas que no dejen en mal lugar al que gobierna. Sólo una mentalidad así justifica el insulto a la inteligencia que supone que un servidor público diga, en plena era del "Estado-papá", que estos problemas se resuelven con "política social".
Yo se lo traduzco: lo que ese señor ha querido decir es: "Como somos incapaces de reconducir esta situación, porque en nuestro pecado ideológico llevamos la penitencia, mejor echar la culpa a "los otros": o sea, decir que España necesita del socialismo para superar el lastre de la tradición judeocristiana represiva y alienante".
Por eso, se necesitarían más dosis de "libertad" y "tolerancia" para luchar contra la delincuencia. Es mejor decir eso. Y es mejor, no porque resuelva los problemas, sino porque cuela mejor. Sólo por eso.
Ciertamente, no recuerdo tantos casos de violencia "de género" en tan corto período de tiempo, y en especial de casos entre jóvenes y menores. Me imagino que empieza a ser el resultado de la educación promovida por el Gobierno, una "escala de valores" totalmente equivocada. El Ministro de Educación puede mostrarse perplejo, pero acaso ¿¿qué espera?? Quizás se está dando cuenta de que sus propias recetas no funcionan? No se infunde el respecto hacia nadie, ni hacia profesores, ni compañeros, ni padres,... se fomenta mucha libertad de hacer, pero ninguna obligación o deber. Estamos recogiendo lo que hemos sembrado.
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