domingo, 4 de octubre de 2009

CONTRARREVOLUCIÓN. ¿SE PUEDE HACER ALGO?

Por Javier de Miguel


Las cosas están mal, bastante mal, para ser sinceros. Lo podemos ver en los periódicos, en la actualidad más palpable. ¿Están en España las cosas peor? Quizá. O quizá no mucho peor que allende. Pero la pregunta clave es: ¿se puede hacer algo? ¿Estamos condenados a sufrir las penurias de un sistema cada vez más totalitario sin poder mover un dedo?.

Hablemos de España. En España, entre siete y nueve millones de españoles acuden con asiduidad a la misa dominical. Entre el 75% y el 90% se considera católico, y los no-creyentes y ateos apenas alcanzan una cuarta parte de la población (los datos varían entre estas cifras según fuentes). Es decir, esto son datos objetivos, no se los inventa nadie. Con esto no quiero decir otra cosa sino que nos encontramos en España, y no en Yemen, Rusia, Suecia o Ruanda.

Segundo punto: en España disponemos de algo así como un régimen democrático. Ya saben por qué digo “algo así”, pero para la reflexión que nos interesa ahora, España puede considerarse un país democrático. Y puede considerarse así porque más de 35 millones de españoles están llamados a las urnas en cada cita electoral. Y lo único que existe contra eso es el pucherazo (hacer votar a difuntos, como tenían por costumbre en la democrática II República, y demás).

Tercer punto: hagamos un sencillo ejercicio de aritmética. De estos 35 millones, tomando una participación promedio del 75%, resultan 26 millones de votantes. De ellos, aproximadamente 21 millones votan a los partidos mayoritarios, aproximadamente 1 millón a partidos de los considerados de “extrema izquierda”, unos 2,5 millones a partidos nacionalistas, y el resto, 1,5 millones, a otros partidos menores. De nuevo, datos públicos y notorios, irrefutables.

Cuarto punto: extrapolemos estos datos a la población definida como católica y que, por lo visto, practica. Seamos conservadores: digamos que hay “sólo” 7 millones, es decir, el rango más bajo del abanico de datos de que se dispone. Y supongamos también que la participación en este colectivo “baje” al 60%, debido a múltiples causas, como el descontento o la existencia de un colectivo de personas mayores que pueda no votar, niños, etc. (cosa que podría ser discutible). En cualquier caso, tendríamos ¡4,2 millones de católicos practicantes! con derecho a voto en cada convocatoria electoral. Y eso sin contar los no-praticantes o no-creyentes que defienden los postulados de los principios no-negociables (otro día hablaremos de ellos).

La pregunta tonta es: ¿qué papel han jugado / juegan esos cuatro millones (antaño fueron más, y en 1977 ni les digo) mientras que, en más de treinta años, se han aprobado divorcios, abortos, matrimonios gays, EpC, LOGSE, etc?. La respuesta, tonta también, es: residual, insignificante, marginal, tangencial. Lo justo para llenar dos minutos de telediario tres veces al año y poner en bandeja los comentarios habituales de los medios afines a la revolución (que son muchos, más de los que se imaginan, y si no, lean El Mundo). Y esto por no hablar de la división interna que existe dentro de la propia masa social que, se supone, nos representa. Y sobre esto último, la revolución lo sabe perfectamente, lo que le permite apuntarse con toda comodidad al napoleónico “Divide y vencerás” (encarnado en el "yo soy católico" del Sr. Blanco).
¿Se han fijado que en Reino Unido, Francia o Alemania, los partidos ganan las elecciones con un 30% de votos? Pues en España no se ganan unas elecciones con menos del 40% de apoyos. ¿Y se dan cuenta de que, mientras en estos países, socialistas, liberales o conservadores pueden perder una cuarta parte de sus apoyos en cuatro años, en España, ninguno de los dos grandes partidos ha bajado del 30% desde 1993? Traducción: España es un país de abonados políticos cuyo sistema ha devenido en un bipartidismo salvaje, un sistema a la búlgara en dos bloques, inducido en gran parte por los votantes y sus recalcitrantes reincidencias electorales.

Lo grave del asunto: los defensores de los principios anti-revolucionarios podemos (y no lo hacemos) llevar las riendas de este país con cuatro millones de votos, tal y como las llevan los partidos nacionalistas con sus dos millones y medio de abonados, corregidos, claro está, por la trampa de la ley electoral pro-centrifuguismo.

No se trata con esto de hacer la edulcorada arenga a la participación que tenemos ocasión de escuchar en cada campaña electoral. De lo que se trata es de desenmascarar una dramática realidad: hay 4 millones de personas con capacidad para inclinar la balanza hacia “el otro lado”. Y es dramática no porque sean pocos (por como hemos hecho el cálculo, se podría defender que son incluso más), sino por la terrorífica ineficiencia en el “uso” de ese brazo político que se traduciría, agrupado en fuerzas políticas con representación, en unos 30 escaños. Justo los que necesita un partido en el gobierno en minoría para probar presupuestos, leyes y todo lo demás. ¿Qué presidente del Gobierno o líder de la oposición no haría cualquier cosa para contar con el apoyo de 30 diputados ajenos?

El político solamente entiende el lenguaje de los sondeos y los escrutinios. Y ya va siendo hora de que le hablemos en su lenguaje. De nada sirve emplear el lenguaje de las manifestaciones, si eso no se traduce en amenaza electoral. Es “llamar perro y echar pan” a las fuerzas políticas dominantes, además de poner en la boca de los ideólogos revolucionarios adjetivos fáciles relacionados con al hipocresía, que no sin razón espetan continuamente al contemplar gozosos las tozudas contradicciones entre palabras y hechos de muchos de quienes defienden una sociedad justa y digna basada en los principios no-negociables.

En definitiva, la masa sociológica cristiana en España es suficientemente amplia como para hacer valer su peso político. Y la acción política directa es el arma más poderosa de que disponemos en nuestra “democracia”, que si es menos democracia es debido a la tibieza de quienes no son capaces de dar una bofetada al bipartidismo, formado por una especie de dúo sacapuntas, y que a los ojos de la mayoría representan, respectivamente “el progresismo” unos, y “el conservadurismo” los otros, cuando los primeros lo único que hacen progresar es la descomposición social de España, y los otros lo único que conservan son las tropelías y atropellos que la izquierda revolucionaria perpetra contra la sociedad.

¿Se puede hacer algo? Evidentemente que sí. De hecho, lo primero que se debe hacer es cambiar la manera como se está haciendo casi todo. No está mal, para empezar. El problema es que ya hemos perdido 30 años, y lo que queda.

Y por supuesto, no esperar que nadie lo haga por nosotros.

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