miércoles, 30 de diciembre de 2009

PINCELADAS REVOLUCIONARIAS EN LA RED

Apreciados lectores,

Éste es el segundo artículo que les he comentado antes. Un poco menos zafio y grosero que el anterior, pero con nitidísimas tendencias revolucionarias que también analizaremos.


Libertad de conciencia

Francisco Delgado, presidente de Europa Laica

Público


La construcción del Estado laico, desde el ámbito jurídico y simbólico, es una enorme deuda que tenemos con la democracia y con el Estado de Derecho: ello implica la total separación del Estado de las iglesias y la eliminación de los enormes privilegios que una determinada confesión (la católica) disfruta, herencia de un Estado teocrático y autocrático.
Aunque haya discrepancias sociales y políticas, resulta necesario, dada la realidad histórica y actual, legislar en esta materia, con el fin de evitar confrontaciones y de que el “poder judicial” legisle a través de sentencias, papel que no le corresponde.
Padecemos las acciones integristas de minoritarios grupos de fanáticos católicos y de un rancio clero que, utilizando recursos del conjunto de la ciudadanía, hacen política, influyen y amenazan con la complicidad de una parte del poder político y mediático.
Pues, a pesar de ello, el Estado laico lo estamos intentando construir, con muchas dificultades, una importante parte de la sociedad civil –cada vez más secularizada– demostrando que somos capaces de convivir, de forma racional, personas de las más diversas convicciones, pero que necesitamos de un soporte jurídico clarificador.
En estos días estamos viviendo, con mayor o menor intensidad, unas fiestas que se denominan de Navidad o Pascua de tradición judeo-cristiana. Esta época “festiva” y de “convivencia” fue considerada, durante mucho tiempo, en el Estado español, como un símbolo del poder religioso excluyente, siendo obligatorio participar de rituales católicos impuestos. Incluso hoy, todavía, hay quienes, desde el ámbito público y religioso, se empeñan en orientar erróneamente esa respetable pero particular tradición católica hacia el conjunto de la ciudadanía.
Sin embargo, hay que argumentar algo sobradamente conocido: estas fiestas tienen un origen ancestral en general relacionado con los días del solsticio de invierno, que múltiples culturas en todo el planeta, desde cosmovisiones divinas o de otra naturaleza, muy anteriores al cristianismo (griegas, romanas, persas, etc. y después del cristianismo: culturas como la azteca y otras en diversos continentes) celebraban. La realidad histórica es que fue el cristianismo de los primeros siglos el que se sumó a esa celebración, con el fin de ganar adeptos en la antigua Roma, extendiéndose de forma diferente en según qué países y mayoría religiosa, sobre todo después de la Reforma protestante del siglo XVI.
Hoy la diversidad y pluralidad que disfrutamos hace que estas fiestas cada cual las viva libremente, ya sea de forma religiosa (o no) o incluso no participe de ellas, según sus convicciones propias o la realidad social en la que está inmerso. Aunque, a decir verdad, es el dios mercado quien trata de imponer su ley de consumo, por encima de otras formas de celebración, cuestión que satisface al propio clero, por supervivencia.
Y no es sólo la Navidad: un determinado modelo religioso y de convivencia impuesto por la Iglesia durante siglos se ha ido apropiado también de innumerables celebraciones festivas y ferias que en miles de pueblos y ciudades del Estado español ya existían y que después se relacionaron con el santoral o la mitología religiosa católica en cada caso, con la complicidad del
poder político en ocasiones muy complaciente con el boato y el poder religioso a costa de ocultar derecho a la libertad de conciencia y de convicciones.
Entre otras causas, por ello las confesiones y sus cómplices políticos utilizan el término “libertad religiosa” como trampa corporativa con el fin de poner trabas al avance de una cultura racional en donde la persona sea la única titular de la libertad de conciencia en base a sus propias convicciones. Las entidades colectivas carecen de conciencia propia y no son, por lo tanto, sujetos de derecho en materia de libertad de conciencia; sí lo es la persona como individuo, pertenezca o no a un colectivo religioso, político o filosófico. En un Estado democrático, ninguna asociación religiosa o de otra naturaleza ideológica debería recibir privilegios, excepciones o estatutos diferentes de las normas del derecho común. También ningún miembro de su colectividad religiosa debería ser privado de derechos cívicos universales, como sucede con frecuencia, mientras el Estado, vergonzantemente, se inhibe.
Por ello la actual Ley de Libertad Religiosa de 1980 y los Acuerdos con la Santa Sede de 1979 –hijos de la ideología del concordato franquista de 1953– no responden a la realidad social, política y constitucional de un estado democrático y, por lo tanto, es necesaria su derogación. De esta situación anacrónica e injusta, impuesta por la fuerza a lo largo de la historia, se derivan innumerables normas y leyes educativas, tributarias, patrimoniales, societarias, jurídicas, sanitarias y asistenciales, así como prácticas políticas que conceden innumerables privilegios a la Iglesia católica, convirtiendo al Estado español, de hecho, en un Estado neo-confesional. Tenemos que erradicar estos atavismos para situarnos en el disfrute de una ciudadanía plenamente racional e ilustrada.
Para hacer justicia y acabar con la Transición en esta materia, urge una ley orgánica de libertad de conciencia y de convicciones en donde se clarifique el concepto de Estado laico, los derechos individuales, los derechos y deberes colectivos y de las administraciones públicas.
Francisco Delgado es presidente de Europa Laica. Diputado en la legislatura de 1977

PINCELADAS REVOLUCIONARIAS EN LA RED

Apreciados lectores,

Si algún día tuviese que dar una charla a alguien o a algún colectivo sobre la revolución cultural, a buen seguro que emplearía como parte de mi material didáctico el artículo que sigue. Reúne a la perfeccción los ideales revolucionarios, además de recoger una alucinante colección de insultos de los que solamente se permiten a una parte de la población, y solamente se permiten cuando van dirigidos a un determinado estamento. Les invito a que los cuenten....
El año que viene entraremos a comentarlo, éste y otro que verán a continuación.


Ratzinger y Rouco conculcan leyes y DD. HH
Elisa Serna

Público

La última monarquía absolutista de Europa, la iglesia católica, apostólica y romana, ICAR, acaba el año conculcando derechos humanos adquiridos por los españoles, en actos multitudinarios. Paralelamente, la extrema-derecha española, sigilosamente, refuerza su presencia en el tejido social y las instituciones públicas. Sin comerlo ni beberlo, ya están aquí.
Como telón de fondo, el Juicio al Franquismo, el Auto del Juez Baltasar Garzón que sienta las bases para el fín de la impunidad con que actúan, aguarda la aplicación urgente, en el III Poder del Estado, de la nueva Ley del Poder Judicial que impide la organización de los auto-denominados “sindicatos” de magistrados.
Ayer, segundo aniversario de la aprobación de la Ley de Memoria Histórica, el arzobispo de Madrid, José María Rouco Varela desde Madrid y Josep Ratzinguer, Papa de los católicos, desde Roma, unieron sus voces contra la Reforma de la Ley del Aborto y la Ley de integración de las bodas de gays y lesbianas, en el nombre de un Dios, que probablemente no existe. Crueles y mantenidos por la ciudanía que sojuzgan totalitariamente ¿donde su caridad cristiana, donde su inocencia?
Lejos de todo aggiornamento, la ICAR obstaculiza el desarrollo y evolución de la Democracia Española. Sumida su Jerarquía en una Contrareforma de contenidos medievales, excomulgan a los elementos mas democráticos de su brazo político en las en el Congreso de los diputados, el Partido Popular, cuando no tildan de criminales, en las televisiones, a las mujeres y a los médicos que se amparados en la Reforma de la Ley del Aborto, planifican los embarazos no deseados.
Los derechos adquiridos, van a misa
“El Ur-Fascismo puede volver todavía con las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo y apuntar con el índice sobre cada una de sus formas nuevas, cada día, en cada parte del mundo” Umberto Eco, en un artículo clave y reciente, cuya lectura encarezco, describe los mecanismos por los que el fascismo ha vuelto a Italia. Es verdad que en nuestro país hemos generado otros calificativos, a golpes de convivir con fascistas en la Impunidad durante mas de setenta años, figuras como el cainismo o el iberismo, para unas y las mismas e indeseadas vivencias, hechas análisis, de Umberto Eco.
El particular desarrollo de la Transición en España, nos obliga a convivir en régimen de estupro con la extrema-derecha española. La misa pública de ayer domingo, fue una muestra de la “impunitis” que padece la jerarquía católica en la inacabada democracia española. Allí acudieron reos de la justicia, imputados en el caso Gürtel, obispos y sacerdotes de seglar responsables del secuestro de más de
Público
30.000 niñas y niños en post-guerra, fascistas sin esvásticas, responsables del Holocausto republicano, cirujanos de obstetrícia con el juramento hipocrático roto respecto a las abortistas, fanáticos nacional-católicos, mujeres sin conciencia feminista, ladrones de guante blanco y otros prestidigitadores y nostálgicos del retorno del fascismo español. Ojo.
No es nada bueno para la salud de la Democracia, que la Delegación del Gobierno siga permitiendo la manifestación publica de personas, obispos y grupos que conculcan por sistema derechos adquiridos, que sostienen Teorías de la Opresión, como el fascismo, que no han dudado en tomar las armas en Europa y en España, mas si aún están pendientes de rendir cuentas ante los tribunales, por haber participado o encubierto los crímenes de lesa humanidad, que contados a cientos de miles, van siendo exhumados de las cunetas secretas de nuestro país.

viernes, 11 de diciembre de 2009

REVOLUCIÓN, CONCIENCIA Y MORAL: MATICES

Por Javier de Miguel

REVOLUCIÓN, CONCIENCIA Y MORAL: MATICES


Las ideologías revolucionarias poseen una tan curiosa como calculada teoría de entender y transmitir el papel de la conciencia en la sociedad. De alguna manera, ya hemos hablado en este blog sobre el tema. Hoy entraremos de lleno en él.

Por principio, las ideologías revolucionarias hacen una división estanca y pretendidamente infranqueable e inconciliable entre las esferas pública y privada en lo que a la moral o la conciencia se refiere. Así, se distingue, por activa y por pasiva, que hay dos tipos de “morales” o de “conciencias”. Así, por un lado, existiría la “moral privada”, o “conciencia”. Ésta, aunque reconocida por los poderes públicos, simplemente porque no compromete en nada la acción política, no tiene ni ha de tener, como hemos dicho, ninguna influencia en el modelo revolucionario de organización política y social. Lo que uno, de puertas hacia adentro, piense sobre la moralidad o inmoralidad de ciertos actos, leyes, etc, será siempre legítimo para él, y nadie (en teoría) tendrá derecho a coaccionarle… de puertas para adentro. Insisto, de puertas para adentro. En otras palabras, la moral no viene dictada desde fuera, sino que sale del interior de la persona, y sólo de su interior, de la idea que ésta tenga de bien y de mal.

Por otro lado, está la “moral pública”, a la cual resulta excesivo denominar moral, pues no tiene nada de ello, pero de alguna forma hemos de identificarla a efectos de poder entendernos. Esta “moral”, sería, de acuerdo con los postulados revolucionarios, la que emana del parlamento, que a su vez se supone (que es mucho suponer) que emana del pueblo.

Que emana del pueblo, en primer lugar, es uno de esos paradójicos oasis en el desierto relativista, una de aquellas verdades que afloran en el mundo de la no-existencia-de-la-verdad, pero que sin embargo hay que creer con la fe más ciega que se puedan imaginar.

Que emana del pueblo, en segundo lugar, implica que es irrebatible. Hablando en román paladino, y parafraseando un eslogan de un programa televisivo, ya saben, de los que tanto me gustan: “Lo que España vota, va a misa”.

Volviendo a la teoría, la moral pública no tendría así pretensión de verdad, sino tan sólo de gestionar de una manera verosímil los millones de conciencias de los ciudadanos (ya no personas, ciudadanos) y las comunidades y, por tanto, de carácter privado, que se supone encuentran su quintaesencia en el voto democrático. En definitiva, el sistema legislativo se desarrolla en otro plano diferente al de las conciencias, ante la imposibilidad de ponerlas a todas en común.

Éste es el punto de partida que distorsiona la antropología que defiende la revolución. El hecho de afirmar que existe pluralidad de conciencias no es falso, el error consiste en afirmar que todas son igualmente válidas, y por tanto, sacar la conclusión de que, legislar en base a una o a un conjunto semblante de ellas es, por definición, discriminatorio contra el resto. Existe pluralidad de conciencias, sí, pero los más básicos postulados de moral natural (esa gran olvidada), nos enseñan que la conciencia puede ser verdadera o errónea, cierta o dudosa, afirmación que choca frontalmente y por principio con cualquier aseveración acerca de la relatividad de la moral. Un matiz importante, sin duda.

Las leyes se hacen pasar por moralmente neutras, porque no hay una moral única, y por tanto, algunas leyes pueden coincidir con la conciencia de algunos e ir en contra de la conciencia de otros. Pero el fallo garrafal radica en que, incluso auque fuese verdad la no-existencia de la moral objetiva, absolutamente NINGUNA LEY (que entre en el terreno de la conciencia) es neutra: ninguna. Incluso aunque se tuviera la sincera pretensión de que así lo fuese. Es sencillamente imposible, ante la diversidad de conciencias, legislar de manera que no se oriente hacia ninguna de ellas, o se oriente por igual hacia todas. Y esto se sabe.

En este sentido, y como muestra de “buena voluntad”, la objeción de conciencia en un sistema revolucionario es legislada, pero siempre será, de facto, un “favor”, no un derecho, y el objetor es considerado un elemento extraño al sistema, al cual se le retirará el "favor" de la objeción a la mínima que no se comprendan (o se haga ver que no se comprenden) los motivos de su objeción.

La palabra objeción de conciencia se convierte así en un concepto trampa, más entendido como un favor que la bondad del sistema otorgan a las mentes raras que no desean asumir por motivos de conciencia (privados) una ley civil y por tanto, pública.

Con esta concepción, la tendencia es a que la objeción de conciencia vaya teniendo cada vez menos consideración social, y se implementen mecanismos para el cumplimiento estricto de la ley. Para que vean a lo que me refiero: ya se empieza a hablar de que algunos asuntos de índole moral recientemente legislados, como la venta de la píldora abortiva libremente en oficinas de farmacia, no tienen ninguna implicación moral, y por lo tanto, no cabe en ella la objeción de conciencia.

Conclusión: ¿la objeción de conciencia se abolirá? De iure seguramente no, pero se introducirá el factor interpretativo sobre qué leyes tienen o no contenido relativo a la conciencia. Si (se decide que) no lo tiene, ¿sobre qué se va a objetar?. De nuevo, matices: son los matices los que marcan la diferencia. Y la falta de ellos, lo que adormece las “conciencias”.

martes, 8 de diciembre de 2009

REVOLUCIÓN, ECONOMÍA Y ALGO DE MEDIO AMBIENTE

Por Javier de Miguel.


Sinceramente, ya tenía ganas de tocar uno de los temas que, por formación académica, más cercanos me son. Pero mi intención no es entrar en teorías económicas, sino razonar la vinculación entre el desarrollo de la economía posmoderna y las ideologías revolucionarias.

A diferencia de otros campos, como la política o la educación, puede parecer que, en pleno siglo XXI, y sin perjuicio de sus variedades doctrinales, la economía es una de las ciencias menos dadas a la manipulación y a la demagogia partidista, ya que, al margen de su juventud como ciencia y sus vaivenes de siglos pasados, la sociedad occidental posmoderna parece haber conciliado casi todas las variantes de la teoría económica en un ramillete común, uno de cuyos principales postulados reza, sin entrar por el momento en detalle, que “el crecimiento económico es bueno”.

Nada se le puede achacar a la ciencia económica porque hable solamente de crecimiento económico, pues es éste y no otro su cometido fundamental. El problema surge cuando se quiere tomar la parte por el todo, y se “economizan” aspectos y vertientes sociales de dimensión más amplia que la puramente económica. Y, de hecho, mi objetivo se centra más en explicar por qué interesa centralizar lo humano en lo económico, y por tanto, aseverar que lo importante es que el crecimiento sea económico y solo económico.

Si por algo la desastrosa situación de la economía mundial (la cual sólo tiene visos de seguir empeorando a corto y medio plazo), y la manera en que este desastre se ha hecho patente, de forma rotunda y despiadada, puede tener alguna consecuencia positiva (yo creo que las tiene, y muchas) es porque nos lleve a plantearnos preguntas que dejen al aire las muchas de las contradicciones de un sistema que ha servido al bien y al mal casi a partes iguales.

Antes de hablar del cómo-están-las-cosas ahora, me gustaría hablar del cómo-era-antes. Y lo que voy a decir ahora vale a nivel local, regional, nacional o global. La historia es: érase una vez un sistema económico que, a partir de la Segunda Guerra Mundial, evolucionó (o lo hicieron evolucionar) hacia un modelo donde el crecimiento de la demanda era el objetivo prioritario, donde la idea era introducir mano de obra a capazos en el mercado, a fin de inundarlo de bienes y servicios que sirvieran a las masas como objeto de consumo, algo que era posible gracias a las remuneraciones que de dichos trabajos obtenían esas masas. El mundo crecía y crecía, y las gentes y los gobernantes aplaudían con las orejas ante la explosión de prosperidad que inundaba los hogares que apenas veinte años atrás no tenían un plato de sopa caliente que poner sobre la mesa. Había surgido la clase media, punto de equilibrio y de distensión de la clásica disputa entre “ricos” y “pobres”, y que serviría para mantener las ideas marxistas fuera del Occidente europeo y ultramarino.

Clase media era sinónimo de: emolumentos decentes, familia mínimamente instruida por los neonatos sistemas educativos públicos, y en general con una calidad de vida más que razonable sostenida por los servicios de un Estado solvente y en continuo crecimiento gracias a los crecientes ingresos proporcionados por un sistema fiscal en expansión alimentado por las también crecientes rentas, etc.

Es en este contexto donde a los estudiosos del tema se les ocurre que hay que explotar un recurso hasta entonces ocioso, al menos desde la óptica de la técnica económica: la mano de obra femenina remunerada. Hasta aquí todo precioso: de momento, no entro en valoraciones, me limito a describir.

El caso es que, de manera asombrosamente casual, simultáneamente al crecimiento económico y demográfico, crecían entre la sociedad muchas de las ideas, germinadas en el siglo XIX, y concienzudamente cultivadas en el XX, que iba a dar lugar a la deriva moral y social que hoy padecemos.

Y la clave surge fundamentalmente del hecho de que, el incremento de la población activa dio lugar a un mayor número de individuos económicamente independientes. Era el momento de que las ideologías feministas radicales y de género y demás ideologías sesentayochistas de luchas de sexos y de generaciones, se sirvieran del contexto económico del momento como catalizador de sus sistemáticas deformaciones de la naturaleza humana y social. Al mismo tiempo, la prosperidad, que libraba a las neuronas familiares de la pesada carga de discurrir cómo llenar la despensa familiar cada día, carga sustituida por la seguridad de un empleo remunerado cada vez más protegido y con vacaciones y bajas pagadas, dio lugar al nacimiento del ocio masivo. Por primera vez en la historia, la mayoría de la población no tenía que pensar únicamente en trabajar para llevar las lentejas a casa, sino que, además de eso, podía plantearse viajar, ir al cine, leer la prensa cada día, escuchar campañas electorales, etc. Y eso, que está muy bien, era al mismo tiempo, caldo de cultivo para ideologías revolucionarias.

Más de 50 años después, la situación hoy se podría definir como pre-catastrófica. En lo económico, por un lado, mientras gobiernos y lobbies se flagelan por cómo el medio ambiente ha entrado en fase apocalíptica, los mandamases de las principales economías se vuelven locos por inyectar astronómicas cantidades de recursos al sistema para intentar volver “a lo de antes”, que es lo que se supone que ha llevado a esta situación supuestamente insostenible. Que esas medidas tengan o no éxito (que no lo tendrán) es secundario. Lo importante es la contradicción que subyace en ellos. Y la contradicción no es que sea plantearse otra manera de hacer las cosas, sino el motivo por el que se plantea ese nuevo modus vivendi: se trata de apretarse el cinturón, de contaminar menos, de ser más responsables, pero ¡ojo! Sin renunciar a las vacaciones en el Caribe, los vehículos de infinita cilindrada y las casitas en la playa. Y esta cuadratura del círculo se resuelve, entre otras, a través del control de la población. Es decir, no se trata de contaminar menos por persona, sino de que haya menos personas que contaminen.

El estrambótico dogma demográfico es ridículo en sí mismo, de no ser porque bajo el trasfondo humanitario (recordemos que el aborto y la eutanasia también son, para los revolucionarios, una cuestión humanitaria) se esconden otros intereses que a continuación explicaremos. Además, resulta ridículamente crédulo pensar que, mientras se veía la sombra del tsunami de la crisis económica, se mirara para otro lado, ahora alguien esté perdiendo el sueño haciendo pseudo-proyecciones de población a 100 o 200 años. A mí, este repentino brote de prudencia me escama. ¿A ustedes no? ¿Alguien puede tomarse esto en serio de no ser porque los objetivos de tan asimétrico espíritu precavido son otros?

La nueva revolución, a diferencia de la tradicional revolución marxista, que pescaba en la miseria y el analfabetismo, necesita de un cierto nivel de prosperidad material para dar a la sociedad un motivo para no plantearse nada que emita el más mínimo tufo trascendente. Se necesitan sociedades opulentas y poco vigilantes, se necesita “pan y circo” para acabar de desplegar el arsenal revolucionario en las sociedades occidentales. Y ningún ideólogo revolucionario está dispuesto a dejar que esta crisis sea un obstáculo para ello. No obstante, la encrucijada es patente: cada vez será más difícil volver a lo de antes porque el sistema no da más de si, pero se necesita volver a algo que se parezca a lo de antes, aunque sea a costa de hacer las cosas de diferente manera. No obstante, el control poblacional es, a todas luces, uno de los mecanismos más eficaces para ese “volver” pero “sin volver del todo”.

Aparecen aquí varios conceptos clave: el primero de ellos, el concepto “responsabilidad”, entendido como: “hay que tener pocos hijos, porque lo contrario es síntoma de irresponsabilidad en medio de un mundo insostenible”. El segundo: la solidaridad, entendida como: “no hay que poner ninguna traba a las mujeres para que aborten, porque las pobres ya tienen bastante problema”; o: “hay que ser solidario y compasivo con el enfermo: quitémosle de en medio para ahorrarle tanto sufrimiento”.

Como ven, no se trata de una responsabilidad ni de una solidaridad cualesquiera, sino al servicio de la revolución. De lo políticamente correcto, pasamos a lo “políticamente responsable”. Estos conceptos se emplearán para redactar normas, tanto de iure como de facto, más restrictivas a la libertad, tanto de expresión como de actuación, en los ámbitos más irrisoriamente anecdóticos de la vida cotidiana, mientras que debates infinitamente más graves, como los límites morales de la técnica, el concepto de familia, maternidad, la dignidad humana, etc, serán objeto de una ambigua equidistancia. La estrategia de salida será prestar atención a lo pequeño en detrimento de lo grande, crear una conciencia social selectiva dirigida a los intereses de las hordas revolucionarias. Porque llamar a uno “facha” cada vez vende menos. Lo que vendrá será llamarle “irresponsable” o “insolidario”, en la línea buenista que se viene marcando para justificar las mayores atrocidades. En definitiva, educar a la sociedad para que, tal y como empieza a ocurrir ahora, sea ella misma la que construya cinturones sanitarios alrededor de los “irresponsables” e insolidarios”.

Ya ven, la lengua evoluciona. Nosotros también deberíamos hacerlo, ¿no creen?.