miércoles, 29 de diciembre de 2010

PINCELADAS REVOLUCIONARIAS EN LA RED

Apreciados lectores,
La siguiente noticia puede ser un paradigma de la desvergüenza con que los poderes públicos se jactan de su ideología revolucionaria en el campo de la educación: la desvergüenza de quien se sabe con la sartén por el mango, de quien tiene el partido ganado por goleada antes de comenzar, precisamente por haber comprado al árbitro, a la Federación y hasta a los recogepelotas, sin que nadie tenga voz (ni voto) suficiente para cambiar las reglas del juego.
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La Abogacía del Estado reconoce que Educación para la Ciudadanía impone una moral estatal

Fuente:http://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=8106

Leonor Tamayo ha declarado sobre las alegaciones del Abogado del Estado que “nos sorprende que equipare Educación para la Ciudadanía a disciplinas académicas que transmiten conocimientos; Educación para la Ciudadanía enseña a los alumnos, desde los 10 a los 17 años, que no hay bien ni mal, que todo es relativo en el terreno ético y que cada uno tiene su propia moral. Otras asignaturas muestran conocimientos de manera objetiva pero no pretenden que los menores cambien sus valores o se adhieran existencialmente a ellos”.
Entre los argumentos esgrimidos por el Abogado del Estado en sus alegaciones ante el Tribunal, se encuentran los siguientes:
 “La concepción filosófica que presupone la democracia es el relativismo”.
 “Hoy la objeción recae sobre Educación para la Ciudadanía. Mañana podría objetarse la asignatura Ciencias de la Naturaleza, porque se explica en ella la teoría de la evolución, incompatible con la letra del relato bíblico de la Creación”.
 “El principio pluralista de un Estado democrático exige ciudadanos capaces de juicios morales autónomos”.
 De la Constitución no se desprende que “la educación o las virtudes cívicas deba considerarse monopolio de los padres”.
Tamayo ha anunciado que Profesionales por la Ética va a traducir las alegaciones del Abogado del Estado al francés y al inglés para exponerlos en foros internacionales como ejemplo del carácter adoctrinador de Educación para la Ciudadanía. “Las afirmaciones del Abogado del Estado” asegura, “respaldan, por ejemplo, la demanda de 321 españoles a los que estamos asesorando en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo”.
Tanto la Declaración Universal de Derechos Humanos como el Tratado de Lisboa y la propia Constitución Española confirman que los poderes públicos garantizarán que los padres puedan educar a sus hijos según sus convicciones morales y religiosas”. Con base en esos derechos reconocidos por la Constitución y los Convenios internacionales ratificados por España, Profesionales por la Ética ha promovido la demanda de 321 objetores a Educación para la Ciudadanía ante el Tribunal de Estrasburgo y ha denunciado el carácter adoctrinador de estas asignaturas en diversas reuniones de la Organización para la Cooperación y la Seguridad en Europa y en el Parlamento Europeo.

lunes, 27 de diciembre de 2010

ETSI DEUS NON DARETUR: REVOLUCIÓN Y AUTORIDAD POLÍTICA

Por Javier de Miguel

El lento pero dramático tránsito hacia las doctrinas revolucionarias del liberalismo ha tenido diversas fases, que han ido mutando la teoría acerca del origen de las leyes y de la autoridad política.

La palabra autoridad (del latín auctoritas), proviene a su vez del vocablo auctor (autor), lo cual aclara mucho el concepto que representa. Indica que hay una relación directa entre la autoridad que se ostenta sobre algo y la autoría de ese algo: la legitimidad sobre las cosas se adquiere, por tanto, en base a su autoría.

Este concepto tiene una fuerte implicación a la hora de desarrollar el concepto de autoridad política. Desde una perspectiva confesional, puesto que Dios es todopoderoso y autor de todas las cosas, la autoridad última sobre las mismas recae sobre Él a través de Su Ley, y los gobernantes son únicamente delegados divinos que poseen la obligación moral de dirigir las naciones conforme a la ley de Dios. Este era el fundamento de la autoridad en las monarquías pre-revolucionarias que, a pesar de sus flaquezas en otros ámbitos, entendían a la perfección el papel del hombre subordinado a Dios.

Las consecuencias de esta concepción política son múltiples: puesto que la Ley de Dios era la suprema autoridad a la que las leyes humanas debían someterse, el conocimiento de Dios, la teología, se convertía en ciencia soporte de todas las demás ciencias, incluida la ciencia política. Y es por ello que, como bien expresaba Donoso Cortés en su obra “Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo”, la teología, por lo mismo que es ciencia de Dios, es el océano que abarca y contiene todas las ciencias, así como Dios es el océano que abarca y contiene todas las cosas. Y como la Iglesia es la autorizada por Dios para difundir e interpretar Su Ley, entonces la Iglesia se convierte en un órgano consultivo, que no ejecutivo, imprescindible y, lo que es más importante, vinculante. No ostenta poder, solamente autoridad, una autoridad que a su vez no le viene de sí misma, sino de Dios.

La historia nos enseña dos de los muchos bellos ejemplos de armonía entre teología y política: el primero es la reflexión sobre la existencia de obligación moral de evangelizar a los indígenas. Los Reyes Católicos recurrieron a un comité de teólogos para dirimir de qué modo debía llevarse a cabo dicha evangelización, y se preocuparon de estar al corriente de dicho proceso, y de censurar los posibles abusos que se pudieran cometer, pues una de las conclusiones del comité teológico era que no se podía forzar a los indígenas a abrazar la fe, sino que ésta debía ser propuesta y acogida libremente. Todo un paradigma de verdadera modernidad en pleno siglo XVI.

Casi al mismo tiempo, Santo Tomás Moro imparte, en su propia carne, un testimonio magistral sobre los límites de la política positiva, a partir del momento en que de las cortes de Enrique VIII comienza a emanar un hedor de liberalismo embrionario, que se manifestó al legislar favorablemente a su divorcio de Catalina de Aragón, contradiciendo así la ley sagrada. El santo refleja el perfecto equilibrio entre sumisión al poder temporal y referencia a la autoridad última, declarando su lealtad a las cortes siempre y cuando éstas no contradigan a su autoridad última. Santo Tomás Moro no fue, pues, un revolucionario, sino que revolucionaria fue la monarquía del sifilítico rey inglés, al querer convertir en religión su particular visión sobre la moral matrimonial, y obligar a sus súbditos a adherirse a ella.

Hasta el siglo XVIII pocos discutían el origen de la autoridad política y sus repercusiones en el gobierno. Pero fue éste precisamente uno de los aspectos sobre los que más munición descargó la Ilustración: estableció el dogma de la soberanía popular y, sirviéndose de los postulados del racionalismo, determinó que poco o nada se podía saber acerca de Dios (ni tan siquiera su sola existencia), y mucho menos bajo qué principios quería que se gobernasen las naciones. Esta postura, más que el ateísmo puro y duro, fue la que alcanzó una mayor consistencia, debido en parte a la influencia sincretista masónica de la época, que no negaba la existencia de Dios, pero sí su carácter personal y su influjo sobre el mundo, propinando así un certero golpe a la tradición de la teología política.

Esta ideología fue el germen del anticlericalismo de los siglos XIX y primera mitad del XX: la marginación de Dios y la Iglesia, negándoles cualquier autoridad moral sobre el gobierno de la res publica. Hoy, esta misma ideología se ha desarrollado en una forma ligeramente distinta, aunque con resultados similares. El agnosticismo teórico ha dejado lugar al práctico, y ya no cabe preguntarse si Dios existe, porque el propio debate sobre Dios está fuera de la sociedad. Sólo se admite, por evidencia, que existen gentes creyentes y gentes no creyentes, y que, dentro de las primeras, existen creyentes en multitud de religiones, pseudo-religiones, sectas o grupos de espiritualidad al estilo New Age. Las constituciones revolucionarias igualan todas las opciones religiosas, reconocen su pluralidad, y su pertenencia a la legalidad siempre y cuando no atenten contra sus principios, lo cual supone exactamente lo contrario que establece la teología política, es decir, el poder trascendente está supeditado al poder temporal, en vez de la inversa. No obstante, desequilibran la balanza a favor del agnosticismo cuando deciden que se debe legislar etsi Deus non daretur (como si Dios no existiese). Y aquí es donde yace la gran falacia: la neutralidad entre religión y no-religión, y entre las diversas religiones, no es decantarse por el ateísmo práctico, pues eso es tomar partido por una de las opciones. Y eso ocurre porque dicha neutralidad es un eufemismo para esconder la anti-religiosidad de las ideologías revolucionarias, entre otras cosas porque la neutralidad en esta materia es imposible. La cuestión religiosa no se puede obviar, porque hasta quien manifiesta el ateísmo más acérrimo, está debatiendo acerca de la cuestión religiosa y tomando partido en ella.

Muchas mentes privilegiadas de la primera mitad del siglo XX se desvelaron en dar una salida a-religiosa a la barbarie que había supuesto uno de los regímenes más anti-religiosos de la historia de la humanidad, al tiempo que otra barbarie institucionalizada que no le iba a la zaga se convertía en la segunda potencia mundial. Aparece la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ejemplo magistral de liberalismo político, y vano intento de obligar etsi Deus non daretur a las naciones del mundo a cumplir con una serie de principios sobre los cuales, precisamente por prescindir de su origen divino, no tenía ninguna autoridad. Sus nefastos resultados son por todos conocidos.

De esta obsesión por construir la moral por parte de la autoridad política nacen, al menos, dos consecuencias desastrosas: la primera, la difuminación de la autoridad, que se convierte simplemente en poder, y no actúa por si misma, sino en la medida en que coacciona; y la segunda, que existe la elevada posibilidad de que se legisle de forma contraria a la moral, y se fuerce a cumplir estas leyes en base al poder coactivo del Estado. De esa manera, mientras que se ofrece al pueblo una teórica libertad desligando la autoridad de la moral, y ofreciéndole la supuesta posibilidad de gobernarse a si mismo, lo que se está haciendo es fortalecer la impunidad del Estado para gobernar de manera arbitraria.

O se acepta la autoridad divina, o se tendrá que aceptar la autoridad del Estado-leviatán. Y es absurdo decir que existe esa tercera vía llamada soberanía popular: la democracia liberal es un fracaso y una mentira porque la soberanía popular no existe ni puede existir, ya que el pueblo no tiene los mecanismos últimos de poder, ni capacidad para controlarlos, sino que siempre está subordinado en la escala jerárquica. La soberanía popular únicamente es una maniobra liberal para adular a las masas dándoles lo que no pueden tener, para así comprar sus voluntades y sus silencios. Es el Estado con sus mecanismos autoritarios quien sí tiene realmente la soberanía, pues ostenta potestad sobre los súbditos, aunque sean éstos quienes les hayan elegido.

El gobierno de una nación es, per se, absoluto, lo queramos ver o no. Y, por el propio bien del pueblo, vale más que nos pongamos en manos de una autoridad trascendente, última, supra-terrenal, que en manos de las ideologías revolucionarias. Es decir, mucho mejor que actuemos bien quod Deus esse: ya que Dios existe. Y suerte que existe.

sábado, 18 de diciembre de 2010

LA PERVERSIÓN DEL LENGUAJE

Por Javier de Miguel

Una de las características de las ideologías revolucionarias, que las hace especialmente subrepticias y peligrosas, es la sutileza con la que se actúa en el inconsciente individual y social a través del uso del lenguaje.

En este sentido, se pueden distinguir perversiones en dos sentidos: el morfológico y el semántico. Por un lado, la perversión morfológica pretende transmitir un mismo concepto empleando palabras distintas, bien para desprestigiar, o bien para ensalzar el concepto cuya morfología lingüística se desea modificar. En otras palabras, dar al vicio apariencia de virtud, o a la virtud apariencia de vicio, en base a ciertos condicionamientos subconscientes que los mass media revolucionarios se han encargado de crear.

Por otro lado, la perversión semántica, mucho más subliminal y dificultosa en su diagnóstico, consiste en otorgar a una misma palabra otro significado diferente del que tradicionalmente ostentaba. Esta técnica es un mecanismo de ataque y defensa al mismo tiempo, pues hace especialmente compleja la contra-argumentación, de suerte que dos personas pueden estar empleando una misma palabra, queriendo decir aparentemente lo mismo, incluso creyendo que están de acuerdo, mientras que sus mentes están asociando a ese término ideas distintas, y en muchos casos opuestas entre sí.

Así, la diferencia entre la perversión morfológica y la semántica es que, en el caso de la primera, la palabra que representa el concepto que se quiere destruir o marginar, se margina también del vocabulario cotidiano, mientras que en la segunda, la palabra permanece en el vocabulario, solo que con un significado totalmente distinto. No obstante, en el fondo, la perversión semántica conlleva per se una sub-perversión morfológica, ya que, si atenemos al significado tradicional de las palabras, un vocablo que exprese un concepto diferente al que venía expresando tradicionalmente, debería modificar su morfología. Pero esto se da solamente en la teoría, porque en la praxis, el interés de esta perversión subsiste precisamente en no alterar el lenguaje, solamente alterar su significado: crear una torre de babel a la inversa, donde la apariencia sea precisamente el entendimiento.

Estas dos técnicas de manipulación se llevan a cabo en un doble sentido: por un lado, pretenden devaluar o aparcar del lenguaje conceptos que, tradicionalmente, se consideraba que portaban un cierto “prestigio moral”, bien igualándolos con otros de inferior categoría, o bien asociándolos con alguna idea despectiva; y por otro, ensalzar conceptos que tiempo atrás hubieran despertado escándalo, asociándolos con ideas que, no es que sean buenas, sino que aparentan serlo, y que esconden, en algunos casos, una elevada dosis de ambigüedad, y en otros, directamente un ataque directo contra ciertos conceptos e instituciones. Es lo que coloquialmente se denomina buenismo: un cúmulo conscientemente estructurado de prejuicios y asociaciones abstractos, insostenible desde la lógica más elemental, pero lo suficientemente espeso y confuso para obnubilar los intelectos y difuminar el sentido común.

A continuación presentamos una escueta lista de las perversiones lingüísticas más habituales que se han puesto en circulación en las sociedades modernas, que incluyen distorsiones de los dos tipos expuestos, pero en el caso de las semánticas, y a modo de clarificación, se ha hecho el ejercicio de reflejar el aspecto morfológico que cada perversión conlleva:


Uno de los términos que mejor puede ejemplificar de la perversión semántica es la palabra libertad: de este vocablo, lo único que casi todo el mundo tiene en común en que es la libertad es “buena”. Pero, lógicamente, el adjetivo determina al sustantivo al que acompaña, y por tanto, la veracidad de dicho adjetivo depende del significado del sustantivo que le precede. Por tanto, si por libertad entiendo la capacidad para hacer el bien, entonces el adjetivo “bueno” tiene justificación. Si por el contrario, por libertad entendemos el egoísmo, la ilimitación en la acción individual, o la lucha por suprimir los condicionamientos biológicos o psicológicos del hombre, entonces este mismo adjetivo no hace justicia a su sustantivo.

Es por esto que merece sumamente la pena pararse a analizar con mucho rigor, en los discursos emitidos en el ámbito político y cultural, la divergencia existente entre el conjunto de palabras que se emiten, y el mensaje que se desea transmitir, es decir, debemos desligar morfología de semántica, como primer paso para detectar las falacias lingüísticas que con demasiada frecuencia llevan a validar socialmente aberraciones conceptuales que solamente por su buena apariencia, y no por su contenido, son aceptadas y glorificadas socialmente. De ahí que podamos afirmar también que la revolución es a la vez macro-revolución y micro-revolución, pues su estrategia bien podría equipararse a la máxima empresarial think global, act local. Los objetivos, globales, las actuaciones, al máximo detalle que se puedan imaginar: en cada colegio, en cada casa, en cada televisión. Cualquier alerta nunca será demasiado exagerada.



viernes, 10 de diciembre de 2010

PINCELADAS REVOLUCIONARIAS EN LA RED

Apreciados lectores:

Existen gentes ingenuas a las que les parece que todo este asunto de la manipulación de masas es poco menos que una película de ciencia-ficción, que la sociedad evoluciona espontáneamente, y que no existen movimientos organizados dedicados exclusivamente a la creación de un nuevo orden social y un pensamiento único. Y mucho menos que estos agentes se dediquen a cosas tan aparentemente superfluas como cambiar los cuentos que se leen a los niños.

En el anterior artículo publicado, titulado "El orden natural: una concepción revolucionaria", hacíamos mención precisamente a la creación del "tercer sexo" como culmen de la revolución de género, con claras analogías con la mecánica marxista.

Pues la noticia que viene a continuación (fuente: http://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=7968) es un claro ejemplo de por dónde se están moviendo estas ideologías en España. Ya me dirán que pintan los sindicatos en todo esto, pues ¿acaso no cobran por defender los derechos de los trabajadores? pues resulta que en plena crisis, no sólo trabajan para eso, sino que parecen tener especial interés en colaborar con las ideologías revolucionarias de género.

Saludos cordiales.
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Los sindicalistas y el lobby gay quieren revolucionar la educación sexual en España

Eliminar los uniformes en los colegios, implantar vestuarios mixtos, no enseñar los catálogos de juguetes a los niños o reinventar los cuentos tradicionales fueron algunas de las propuestas de «intervención educativa» aprobadas en las jornadas universitarias «Educar en la diversidad afectivo-sexual», organizadas por CC.OO., la FELGTB y la Universidad Complutense de Madrid.

(La Gaceta/InfoCatólica) Bajo el título Cómo educar en la diversidad afectivo-sexual en los centros educativos, 40 profesores de toda España escucharon las propuestas de intervención educativa de Comisiones Obreras (CC.OO.) que pretenden “acabar con la discriminación del colectivo homosexual, transexual y bisexual en las aulas”.

Junto con el sindicato CC.OO intervino en la organización la Federación Estatal de Gays, Lesbianas, Transexuales y Bisexuales (FELGT), y las jornadas tuvieron lugar en la Universidad Complutense. Gracias al patrocinio del Ministerio de Sanidad, los profesores acudieron con los gastos pagados, transporte, alojamiento y dietas incluidas, durante los dos días.

Uno de los profesores que asistió ha explicado a La Gaceta algunas de las recomendaciones presentadas para “prevenir los conflictos derivados de situaciones de discriminación y exclusión social en los colegios por razón de orientación sexual y/o identidad de género”.

Ignorar a los objetores de EpC

La primera ponencia fue impartida por José Ignacio Pichardo Galán, doctor en Antropología Social por la Universidad Autónoma de Madrid. Galán explicaba que “no se debe presuponer la heterosexualidad de los alumnos, ni siquiera preguntar a una embarazada si va a ser niño o niña”.
Continuaba su ponencia el antropólogo aclarando que “a los objetores a Educación para la Ciudadanía no hay que hacerles caso, apenas son 3.000”. Para Galán, es imprescindible “cambiar los referentes para no discriminar a las minorías LGTB. Los referentes no pueden ser sólo masculinos y femeninos”. Pichardo llamó a “no olvidar las cifras de suicidio de adolescentes LGTB”.
A continuación tuvo lugar la “mesa trans”, impartida por docentes transexuales y coordinada por Luis Puche Cabezas (Universidad Autónoma de Madrid). En ella se insistió en que los profesores “deben ser referente para los alumnos, visibilizando su propia orientación sexual”. Apostaron también por eliminar el lenguaje sexista y por dar libertad a los niños a la hora de jugar, pero matizando que los niños debían jugar también con muñecas.

Lenguaje, juguetes, uniformes y vestuarios

Luis Puche aclaró que “la sexualidad no pertenece al ámbito de la familia, sino a la escuela y a la sociedad” y que había que actuar para evitar la discriminación. Otra de las propuestas de “intervención educativa”: “Los vestuarios deben ser mixtos para que los homosexuales no se vean obligados a elegir”.
“Deben eliminarse los uniformes para no discriminar a los alumnos LGTB; los roles sociales hombre y mujer son malísimos. Las políticas de igualdad no incluyen a los LGBT”, exponía Pablo Vargas, otro de los ponentes de la mesa. A continuación, Eva Robledo García, maestra de infancia, explicaba que “es el cuerpo el que debe aprender, no el intelecto”. También habló del carácter sexista de “los catálogos de juguetes” y propuso “un aula sin programación”. “Hay que dejar libertad”, añadió.
Ekio Macías, jefe de estudios del Instituto Juan de la Cierva, miembro de Cogam y de CC OO, explicó a los profesores que “las leyes españolas afirman que debe hablarse de sexualidad en las clases”. “Por eso debe hacerse en todas las clases y en las tutorías”, dijo.

Diversidad de familias, variedad de identidades afectivo-sexuales. Cambiar los cuentos

En el segundo día de las jornadas se expusieron propuestas más concretas de actuación. Comenzó la mañana con la intervención de Mercedes Sánchez, profesora de la Facultad de Ciencias de la Educación de la UCM: “Hay que hablar de educación afectivo-sexual desde infantil”, aseguró Sánchez, porque “el 16% de las personas tiene problemas de identidad sexual. Hay que hablar de diversidad de familias”.
La profesora propuso también reescribir los cuentos porque son “sexistas”: “La bruja siempre es mujer y el papel de la mujer es ser elegida”. Pero, sin duda, lo más importante residía en “trabajar para que en los proyectos de centro educativo se especifique “trabajar la diversidad afectivo-sexual”. “Esta afirmación es la clave para permitir hablar de diversidad afectivo-sexual en todas las asignaturas”, concluían.

Indignación y preocupación de Madrid Educa en Libertad y Profesionales por la Ética

La agrupación de padres madrileños de la plataforma Madrid Educa en Libertad ha expresado su indignación ante estas propuestas a través de su portavoz, María Menéndez, quien ha señalado que “este curso ha tenido un único objetivo, que es el de enseñar a introducir –a profesores actuales y futuros– la ideología de género en las escuelas”.

Por su parte, Jaime Urcelay, de Profesionales por la Ética, ha mostrado su preocupación al afirmar que “la llamada perspectiva de género es una verdadera ideología con pretensiones totalitarias que se está imponiendo a golpe de subvenciones públicas y apoyos desde el poder político y sus correas de transmisión”.

domingo, 5 de diciembre de 2010

EL ORDEN NATURAL: UNA CONCEPCIÓN REVOLUCIONARIA

Por Javier de Miguel.

Para abordar este tema con la suficiente eficacia, creo interesante hacer una somera introducción acerca de lo que entendemos por orden natural, para después poder entrar en materia sobre cómo la revolución trata ese orden y en qué lo pretende convertir.

Podríamos definir el orden natural como la manera en que están configuradas, o pre-determinadas, las condiciones de las personas y del entorno que las rodea. Por tanto, el primer distingo es entre orden natural individual y orden natural global. El motivo de esta separación es el carácter genuinamente original de la persona dentro de todo el orden creado, y sus singulares rasgos, que vienen dados por tratarse del único ser que goza de dos realidades: la material, compartida con el resto de seres, y la inmaterial o espiritual, relacionada con el alma, cuya existencia es exclusiva del ser humano. Precisamente por esta doble realidad humana, cabrían otras dos clases dentro del orden natural individual, muy directamente relacionadas entre sí: el orden natural biológico y el orden natural moral.

El orden natural biológico hace referencia a las estructuras corpóreas del ser humano, sus biorritmos, su configuración neurológica, endocrina, etc. En esta línea biológica, la diferenciación más sustancial existente, y que más polémicas genera, es la sexual. Fuertes condicionantes no sólo biológicos, sino también psicológicos y más sutiles, que la propia ciencia está descubriendo recientemente, nos recuerdan la profunda diferencia natural entre ambos sexos. Por tanto, la sexualidad humana deviene un componente profundo en su orden biológico, que determina y condiciona al margen de los posibles contextos culturales en que se desarrolla.

Por su parte el orden natural moral abarca la dimensión espiritual humana, y tiene que ver con la existencia de normas morales objetivas inscritas en el hombre, y que pueden positivamente ser descubiertas a la luz de la razón. He aquí el nexo existente entre las dimensiones corporal e inmaterial de la persona: la razón. La razón integra lo corporal en lo espiritual, y evita el dualismo entre cuerpo y alma, defendido en algunos períodos de la historia de la filosofía. De hecho, la propia razón tiene manifestaciones físicas (ciertas partes del cerebro que se activan o desactivan en función de la actividad intelectiva que realizamos, etc), pero que tienen su origen, como ya adelantaba Santo Tomás de Aquino, en el alma, es decir, en la realidad inmaterial.

Para la revolución, sin embargo, el enfoque es radicalmente diferente: en cuanto al orden natural biológico, lo considera mero azar, y en cuanto al orden natural moral, sencillamente lo niega, y aunque admite la existencia del intelecto, le otorga un carácter puramente material. Entiende la razón humana desde una perspectiva únicamente empírica, biológica, positivista, en lo que es una herencia recibida del racionalismo. Por tanto, desecha conscientemente la parte fundamental del análisis, pues solamente profundiza en sus manifestaciones físicas, y no en sus mociones fundamentales. Este reduccionismo pretende explicar la dimensión humana en su vertiente científica, desproveyéndola de una explicación trascendente, y atribuyendo su enorme complejidad a un inverosímil proyecto evolutivo azaroso.

A mayor abundamiento, y al considerar los condicionamientos biológicos mero azar, y los condicionamientos morales sencillamente una entelequia, la revolución se cree en posición de alterarlos arbitrariamente, sin importar los medios empleados para ello, construyendo así la identidad biológica a lo largo de la vida. “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”, sería un lema muy descriptivo de este tipo de ideologías, bautizadas por los estudiosos como bioideologías, y cuya característica principal es la negación de los condicionantes biológicos, y la defensa de una perspectiva constructivista de la realidad humana, así como, y esto es muy importante, la construcción de ideologías en base a las diferencias biológicas (que, por cierto, tiene su origen en el nacionalsocialismo alemán). Por ejemplo, este sería el leit motiv del feminismo radical, es decir, la aplicación de la mecánica marxista a la diferencia entre sexos, denunciando una supuesta posición inferior de la mujer (la antigua clase proletaria) debido a su condicionante biológico, que es su propia femineidad, para, a través de la lucha de sexos (antes lucha de clases), canalizada por la denominada “discriminación positiva” hacia la mujer (antaño dictadura del proletariado), consolidar a hombres y mujeres en un ideal “tercer sexo” (el antiguo ideal de comunismo).

Por lo que respecta al orden natural moral, como ya hemos adelantado, las ideologías revolucionarias consideran que la moralidad es una construcción humana fruto de siglos de oscurantismo y prejuicios, pura superstición, y desde luego, totalmente irracional. De hecho, negando la naturaleza humana, es normal que estas ideologías consideren el orden moral como un artificio, pues todo para ellas es un artificio, y cualquier construcción que se haga sobre ellas es modificable.

La gran damnificada de todo este supuesto montaje llamado “moral”, es la libertad. Como no se cree en el libre albedrío, en la libertad moral, la única libertad que se admite es la libertad de actuación, es decir, la ausencia de coacción para llevar a cabo lo que se considere oportuno. Esta libertad traspasa incluso los límites de lo moral para insertarse en lo biológico: las barreras corpóreas no deseadas deben ser, a la larga, y con ayuda de la ciencia y la técnica, eliminadas, de manera que la historia humana se convierte así en la historia de su propia autodeterminación biológica y moral.

Una vez vistos los fundamentos del orden natural individual, cabe desplazarnos a la dimensión social, donde también existe un orden natural, que comienza por definir el propio carácter social del ser humano. Las personas podríamos reproducirnos por generación espontánea, pero sin embargo nacemos (normalmente) en el seno de una familia, y para nuestra concepción ha sido necesaria la intervención de dos personas biológicamente “determinadas”. Es el primer núcleo social del hombre. Pero hay mucho más: el desarrollo del ser humano en sus diferentes etapas posteriores al nacimiento conllevan siempre un factor social imprescindible en tanto que cohabitantes del mundo. Aparecen las relaciones jerárquicas en la escuela, el trabajo, las amistades, los sindicatos y partidos políticos, las asociaciones, etc. Estos entes son los que se denominan organismos intermedios, muchos de los cuales surgen de manera espontánea, y vertebran la transición entre el individuo y su entorno más global, y lo integran y defienden, en tanto que le representan ante la instancia terrena superior, en este caso, la autoridad social. Es la forma en que el orden natural social vertebra las relaciones entre aquellos que son individualmente más numerosos (las bases) y los que lo son menos (la autoridad social). Esta organización social, que surge espontáneamente como resultado de la naturaleza social del hombre, ha sido definida por la Doctrina Social de la Iglesia como concepción orgánica de la vida social.

La actuación de las ideologías revolucionarias consiste en destruir toda esta estructura orgánica, para dejar al individuo inerme ante la autoridad social. Esta situación envilece al individuo, pues le priva de una característica propia de su naturaleza, y enaltece nefastamente a la autoridad, que ya no lo es por convicción de sus ciudadanos, sino a través de la coacción, convirtiendo así la relación individuo-Estado en una relación de vasallaje. De esta manera, por muy democráticos que presuman de ser los sistemas políticos, la legitimidad de los gobernantes no existe, o es muy dudosa, en tanto que no gozan de apoyo social, sino del apoyo de miles o millones de individuos que votan a título individual. De esa manera, se la revolución pretende sustituir el concepto “sociedad” por el concepto “suma de individuos”, que carece de estructura y, por supuesto, de capacidad de control de quienes ejercen el poder.

El primer organismo intermedio, el más cercano a la persona, y uno de los que más influye en ella, es la familia. En la familia se gesta la personalidad, el carácter y la formación de las personas, por eso es sumamente interesante para la revolución debilitar la familia, bien mediante su directa destrucción (fomento del aborto, el divorcio), bien mediante la devaluación de su significado y su equiparación moral con otras formas de convivencia.

Y el plan de desestructuración, que tiene varias fases, comienza desde mucho antes de que las familias se conviertan en tales. De entrada, se trabaja por consolidar, en base a esa supuesta libertad sin compromisos, mentalidades egoístas y hedonistas que incapacitan para llevar a término relaciones de pareja duraderas y sólidas. Posteriormente, y una vez constituida la pareja, y si es que dura, se fomenta una mentalidad anti-natalista, un ritmo de vida agobiante, y una pugna entre los cónyuges por la cuestión económica, de suerte que la convivencia de pareja se reduce casi a un mero pacto de no-agresión. Una vez llegan los hijos, y éstos crecen, se les educa contra sus propios progenitores, se les inculca una promiscuidad precoz para que rompan sus lazos afectivos con la familia lo antes posible, y a poder ser de forma conflictiva, para que busquen sus referencias educativas fuera de casa, en un entorno cada vez más estatalizado e impregnado de filosofías edulcoradas que embauquen a esos espíritus facilones que ellos mismo se han encargado de cultivar.

A nivel extra-familiar, se cultiva el resentimiento generalizado hacia la jerarquía, ya sea en la escuela o en el trabajo, que redunda en enfrentamientos internos dentro de las organizaciones de las que se forma parte. El egoísmo e individualismo en que han sido educado esos hijos, ahora adultos, les hace incapaces para consolidar relaciones sociales fiables, desconfían del compromiso y buscan solamente la propia satisfacción personal. De esa manera, se les ha conseguido aislar socialmente, y la convivencia se reduce, como ya adelantara un revolucionario de primer orden, Jean Jacques Rousseau, a un contrato social sin ningún rastro de estructura orgánica. La sociedad se deshilacha, pierde cohesión, se atomiza, y el poder puede actuar coactivamente sin ningún tipo de cortapisa. Es más, el individuo acaba creyendo que esta falsa libertad le ha engrandecido, que se ha liberado, que se ha progresado, de manera que aún agradece y aplaude los “servicios” prestados, realimentado este círculo vicioso.

Puede parecer ciencia-ficción, pero cuanto más pensemos así, menos sensible tendremos el olfato para detectar este sistema de manipulación social, que está funcionando a escala mundial. Bajo esa apariencia aséptica y buenista, se esconde un intento indisimulado de subvertir todo aquello que en la naturaleza humana resulta molesto para el ejercicio del poder absoluto y la manipulación global, que es el fin a que se destinan estas ideologías. De ahí al importancia de educar a las generaciones venideras en la verdad sobre el hombre y el mundo, verdad que sólo puede impartirse en su integridad desde una perspectiva confesional, que es la que culmina la razón de ser última del hombre, pues difícilmente se puede defender la idea de un orden natural creado sin la existencia de un creador, y por ello le mantiene en su realidad de criatura y no de creador, de servidor y no de dueño, en definitiva, la que puede orientar al hombre y a la sociedad hacia el bien, que sí es el fin último del hombre.