viernes, 11 de diciembre de 2009

REVOLUCIÓN, CONCIENCIA Y MORAL: MATICES

Por Javier de Miguel

REVOLUCIÓN, CONCIENCIA Y MORAL: MATICES


Las ideologías revolucionarias poseen una tan curiosa como calculada teoría de entender y transmitir el papel de la conciencia en la sociedad. De alguna manera, ya hemos hablado en este blog sobre el tema. Hoy entraremos de lleno en él.

Por principio, las ideologías revolucionarias hacen una división estanca y pretendidamente infranqueable e inconciliable entre las esferas pública y privada en lo que a la moral o la conciencia se refiere. Así, se distingue, por activa y por pasiva, que hay dos tipos de “morales” o de “conciencias”. Así, por un lado, existiría la “moral privada”, o “conciencia”. Ésta, aunque reconocida por los poderes públicos, simplemente porque no compromete en nada la acción política, no tiene ni ha de tener, como hemos dicho, ninguna influencia en el modelo revolucionario de organización política y social. Lo que uno, de puertas hacia adentro, piense sobre la moralidad o inmoralidad de ciertos actos, leyes, etc, será siempre legítimo para él, y nadie (en teoría) tendrá derecho a coaccionarle… de puertas para adentro. Insisto, de puertas para adentro. En otras palabras, la moral no viene dictada desde fuera, sino que sale del interior de la persona, y sólo de su interior, de la idea que ésta tenga de bien y de mal.

Por otro lado, está la “moral pública”, a la cual resulta excesivo denominar moral, pues no tiene nada de ello, pero de alguna forma hemos de identificarla a efectos de poder entendernos. Esta “moral”, sería, de acuerdo con los postulados revolucionarios, la que emana del parlamento, que a su vez se supone (que es mucho suponer) que emana del pueblo.

Que emana del pueblo, en primer lugar, es uno de esos paradójicos oasis en el desierto relativista, una de aquellas verdades que afloran en el mundo de la no-existencia-de-la-verdad, pero que sin embargo hay que creer con la fe más ciega que se puedan imaginar.

Que emana del pueblo, en segundo lugar, implica que es irrebatible. Hablando en román paladino, y parafraseando un eslogan de un programa televisivo, ya saben, de los que tanto me gustan: “Lo que España vota, va a misa”.

Volviendo a la teoría, la moral pública no tendría así pretensión de verdad, sino tan sólo de gestionar de una manera verosímil los millones de conciencias de los ciudadanos (ya no personas, ciudadanos) y las comunidades y, por tanto, de carácter privado, que se supone encuentran su quintaesencia en el voto democrático. En definitiva, el sistema legislativo se desarrolla en otro plano diferente al de las conciencias, ante la imposibilidad de ponerlas a todas en común.

Éste es el punto de partida que distorsiona la antropología que defiende la revolución. El hecho de afirmar que existe pluralidad de conciencias no es falso, el error consiste en afirmar que todas son igualmente válidas, y por tanto, sacar la conclusión de que, legislar en base a una o a un conjunto semblante de ellas es, por definición, discriminatorio contra el resto. Existe pluralidad de conciencias, sí, pero los más básicos postulados de moral natural (esa gran olvidada), nos enseñan que la conciencia puede ser verdadera o errónea, cierta o dudosa, afirmación que choca frontalmente y por principio con cualquier aseveración acerca de la relatividad de la moral. Un matiz importante, sin duda.

Las leyes se hacen pasar por moralmente neutras, porque no hay una moral única, y por tanto, algunas leyes pueden coincidir con la conciencia de algunos e ir en contra de la conciencia de otros. Pero el fallo garrafal radica en que, incluso auque fuese verdad la no-existencia de la moral objetiva, absolutamente NINGUNA LEY (que entre en el terreno de la conciencia) es neutra: ninguna. Incluso aunque se tuviera la sincera pretensión de que así lo fuese. Es sencillamente imposible, ante la diversidad de conciencias, legislar de manera que no se oriente hacia ninguna de ellas, o se oriente por igual hacia todas. Y esto se sabe.

En este sentido, y como muestra de “buena voluntad”, la objeción de conciencia en un sistema revolucionario es legislada, pero siempre será, de facto, un “favor”, no un derecho, y el objetor es considerado un elemento extraño al sistema, al cual se le retirará el "favor" de la objeción a la mínima que no se comprendan (o se haga ver que no se comprenden) los motivos de su objeción.

La palabra objeción de conciencia se convierte así en un concepto trampa, más entendido como un favor que la bondad del sistema otorgan a las mentes raras que no desean asumir por motivos de conciencia (privados) una ley civil y por tanto, pública.

Con esta concepción, la tendencia es a que la objeción de conciencia vaya teniendo cada vez menos consideración social, y se implementen mecanismos para el cumplimiento estricto de la ley. Para que vean a lo que me refiero: ya se empieza a hablar de que algunos asuntos de índole moral recientemente legislados, como la venta de la píldora abortiva libremente en oficinas de farmacia, no tienen ninguna implicación moral, y por lo tanto, no cabe en ella la objeción de conciencia.

Conclusión: ¿la objeción de conciencia se abolirá? De iure seguramente no, pero se introducirá el factor interpretativo sobre qué leyes tienen o no contenido relativo a la conciencia. Si (se decide que) no lo tiene, ¿sobre qué se va a objetar?. De nuevo, matices: son los matices los que marcan la diferencia. Y la falta de ellos, lo que adormece las “conciencias”.

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