sábado, 18 de diciembre de 2010

LA PERVERSIÓN DEL LENGUAJE

Por Javier de Miguel

Una de las características de las ideologías revolucionarias, que las hace especialmente subrepticias y peligrosas, es la sutileza con la que se actúa en el inconsciente individual y social a través del uso del lenguaje.

En este sentido, se pueden distinguir perversiones en dos sentidos: el morfológico y el semántico. Por un lado, la perversión morfológica pretende transmitir un mismo concepto empleando palabras distintas, bien para desprestigiar, o bien para ensalzar el concepto cuya morfología lingüística se desea modificar. En otras palabras, dar al vicio apariencia de virtud, o a la virtud apariencia de vicio, en base a ciertos condicionamientos subconscientes que los mass media revolucionarios se han encargado de crear.

Por otro lado, la perversión semántica, mucho más subliminal y dificultosa en su diagnóstico, consiste en otorgar a una misma palabra otro significado diferente del que tradicionalmente ostentaba. Esta técnica es un mecanismo de ataque y defensa al mismo tiempo, pues hace especialmente compleja la contra-argumentación, de suerte que dos personas pueden estar empleando una misma palabra, queriendo decir aparentemente lo mismo, incluso creyendo que están de acuerdo, mientras que sus mentes están asociando a ese término ideas distintas, y en muchos casos opuestas entre sí.

Así, la diferencia entre la perversión morfológica y la semántica es que, en el caso de la primera, la palabra que representa el concepto que se quiere destruir o marginar, se margina también del vocabulario cotidiano, mientras que en la segunda, la palabra permanece en el vocabulario, solo que con un significado totalmente distinto. No obstante, en el fondo, la perversión semántica conlleva per se una sub-perversión morfológica, ya que, si atenemos al significado tradicional de las palabras, un vocablo que exprese un concepto diferente al que venía expresando tradicionalmente, debería modificar su morfología. Pero esto se da solamente en la teoría, porque en la praxis, el interés de esta perversión subsiste precisamente en no alterar el lenguaje, solamente alterar su significado: crear una torre de babel a la inversa, donde la apariencia sea precisamente el entendimiento.

Estas dos técnicas de manipulación se llevan a cabo en un doble sentido: por un lado, pretenden devaluar o aparcar del lenguaje conceptos que, tradicionalmente, se consideraba que portaban un cierto “prestigio moral”, bien igualándolos con otros de inferior categoría, o bien asociándolos con alguna idea despectiva; y por otro, ensalzar conceptos que tiempo atrás hubieran despertado escándalo, asociándolos con ideas que, no es que sean buenas, sino que aparentan serlo, y que esconden, en algunos casos, una elevada dosis de ambigüedad, y en otros, directamente un ataque directo contra ciertos conceptos e instituciones. Es lo que coloquialmente se denomina buenismo: un cúmulo conscientemente estructurado de prejuicios y asociaciones abstractos, insostenible desde la lógica más elemental, pero lo suficientemente espeso y confuso para obnubilar los intelectos y difuminar el sentido común.

A continuación presentamos una escueta lista de las perversiones lingüísticas más habituales que se han puesto en circulación en las sociedades modernas, que incluyen distorsiones de los dos tipos expuestos, pero en el caso de las semánticas, y a modo de clarificación, se ha hecho el ejercicio de reflejar el aspecto morfológico que cada perversión conlleva:


Uno de los términos que mejor puede ejemplificar de la perversión semántica es la palabra libertad: de este vocablo, lo único que casi todo el mundo tiene en común en que es la libertad es “buena”. Pero, lógicamente, el adjetivo determina al sustantivo al que acompaña, y por tanto, la veracidad de dicho adjetivo depende del significado del sustantivo que le precede. Por tanto, si por libertad entiendo la capacidad para hacer el bien, entonces el adjetivo “bueno” tiene justificación. Si por el contrario, por libertad entendemos el egoísmo, la ilimitación en la acción individual, o la lucha por suprimir los condicionamientos biológicos o psicológicos del hombre, entonces este mismo adjetivo no hace justicia a su sustantivo.

Es por esto que merece sumamente la pena pararse a analizar con mucho rigor, en los discursos emitidos en el ámbito político y cultural, la divergencia existente entre el conjunto de palabras que se emiten, y el mensaje que se desea transmitir, es decir, debemos desligar morfología de semántica, como primer paso para detectar las falacias lingüísticas que con demasiada frecuencia llevan a validar socialmente aberraciones conceptuales que solamente por su buena apariencia, y no por su contenido, son aceptadas y glorificadas socialmente. De ahí que podamos afirmar también que la revolución es a la vez macro-revolución y micro-revolución, pues su estrategia bien podría equipararse a la máxima empresarial think global, act local. Los objetivos, globales, las actuaciones, al máximo detalle que se puedan imaginar: en cada colegio, en cada casa, en cada televisión. Cualquier alerta nunca será demasiado exagerada.



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