viernes, 8 de julio de 2011

EL REALISMO ANTROPOLÓGICO: UN ANTÍDOTO CONTRA LA REVOLUCIÓN

Por Javier de Miguel

Hace algún tiempo hablamos del problema de las ideologías: explicamos que una ideología era una metonimia filosófica, en la cual la complejidad antropológica del hombre es reducida y simplificada e identificada con uno o, a lo sumo, un puñado de aspectos o conceptos. Por este motivo, concluimos entonces que toda ideología era rechazable en la medida en que no respondía a la verdad sobre la persona, y, si bien cabe establecer distinciones, pues unas ideologías pueden ser más perniciosas en función del principio antropológico que violen, no significa por ello que deban ser objeto de beneplácito o de indulgencia, y mucho menos de carta blanca por ser menos dañinas que otras padecidas con anterioridad. La verdad humana tiene que defenderse a la luz de la recta razón, y no a la luz de una graduación de balances coste-beneficio.

La censura de las desviaciones antropológicas de las diversas ideologías ha sido una constante en la Doctrina Social de la Iglesia. Valga, en este sentido, la clasificación implícita que realiza León XIII en su encíclica Rerum Novarum de los factores que conducen al ilusionismo antropológico que funciona como caldo de cultivo de las ideologías (omito acompañar el término ideología de ningún adjetivo, pues con la definición introducida en este y otros artículos, el concepto queda sobradamente adjetivado), pudiéndose, éstos y otros, resumir éstas de la siguiente manera:

1) El hombre no es una criatura
(lo cual exigiría la existencia de un creador), sino que es fruto de la casualidad cósmica, de la conjunción de una serie cuasi-infinita de magnitudes y leyes físicas y químicas que han permitido la creación de un planeta donde no sólo su vida, sino la de todos otros aquellos seres que necesita para sobrevivir, ha permitido una evolución que nos haya llevado hasta nuestros días. Una afirmación cuya censura resulta toda una obscenidad para aquellos quienes haciéndose llamar científicos, nos permiten parafrasear a San Pablo, pues creyéndose sabios caen en la necedad de preferir la anterior tesis, que aquella que postula la existencia de un Dios creador, mucho más razonable en términos ya no religiosos, sino solamente probabilísticos, sólo porque esta manera de razonar no encaja en la cuadrícula de su “infalible” metodología.

Más allá de las especulaciones de carácter científico, la implicación que tiene esta concepción materialista del ser humano, es que el ser humano sólo existe en su magnitud material, es decir, no se puede esperar de su comportamiento más que el resultado de reacciones químico-neurológicas, siempre constatables o susceptibles de ser constatadas científicamente. Nada, por tanto, hay en el ser humano, que escape a lo meramente biológico, y en ese sentido, es absurdo buscar cualquier rastro de ley moral exógena.

2) El hombre es bueno por naturaleza: es probablemente el error antropológico más difundido entre la opinión pública, quizá porque es el que más halaga la vanidad humana, cosa que en sí ya es argumento suficiente para refutar su tesis, al mismo tiempo que, ante la flagrante evidencia en contrario, alega que es el contacto social lo que lo pervierte. Estas dos afirmaciones conllevan a concluir que el hombre por sí solo se basta para alcanzar la felicidad (aun si conservamos la acepción realista de felicidad). Y, por coherencia con lo anterior, este “por sí solo” excluye no solamente la relación con los demás, sino también la relación con ese Dios del cual es una locura hablar.

3) El sufrimiento puede ser eliminado del panorama humano: habiendo expuesto las dos anteriores tesis, no nos debe repugnar que el problema del sufrimiento sea un auténtico escollo en la naturaleza humana. Si nos hemos dado a nosotros mismos; si nos bastamos a nosotros mismos para ser felices, ¿por qué el sufrimiento? Es algo externo, que nos viene dado, o incluso que incubamos dentro de nosotros mismos por causas más o menos graves. Con independencia del carácter sobrenatural que pueda darse al sufrimiento, cosa impensable de acuerdo con las tesis anteriores, no deja de sorprenderme la necedad y la insensatez, después de miles de años de historia humana, de seguir afirmando que es posible suprimir totalmente el sufrimiento humano, más aún cuando las vías históricamente propuestas han tenido siempre propensión a la restricción de las libertades humanas básicas.

4) Las creencias religiosas son opiniones, igual que las disquisiciones sobre la moralidad de los actos: dado el hecho de que el hombre no es criatura, que se basta por sí sólo, pero que ha de luchar contra el sufrimiento, el fenómeno religioso se considera como un factor puramente sociológico, y no inserto en la naturaleza humana (¿cuál naturaleza?), que se despierta, por causas aún no esclarecidas empíricamente, en ciertas personas, como medio de auto-ayuda para sus propias vidas. La fe, por tanto, deja de entenderse como la adhesión a una verdad revelada, sino como una mera creencia, una opinión, muy loable siempre y cuando no proponga verdades absolutas, y se equipara al ámbito de las propias ideologías: unos creen, otros no; unos creen en Dios Uno y Trino, otros en el dios de la lluvia, pero no dejan de ser fábulas, invenciones y auto-sugestiones optimistas con el único objeto de sedar el pensamiento hasta que la ciencia (es decir, el propio hombre) pueda ofrecer explicación a lo científicamente inexplicable.

5) Es posible el progreso sine fine:acabamos de introducir el papel de la ciencia en el mundo de las ideologías. La gran esperanza de la humanidad ideologizada es el progreso científico y técnico. En base a una errónea concepción de libertad, se piensa que el hombre será más feliz en tanto en cuanto sea capaz de liberarse de las ataduras de las que la aleatoria naturaleza le ha provisto, y que no son de su agrado. El hombre podría así alcanzar un día su liberación absoluta y entonces habría llegado el fin de la historia, entendiendo ésta como el proceso evolutivo de lucha del hombre contra su propia naturaleza, es decir, contra si mismo.

No hemos mencionado, a propósito, ninguna ideología, pero estoy seguro de que a cualquier lector le habrá venido a la cabeza un porcentaje muy elevado de todos los regímenes opresores, destructivos y sanguinarios que en algún momento han gobernado alguna parte del planeta. El problema es claro: el denominador común de todas estas desviaciones es la idea de que el hombre es dios. Y no exagero: éste es el principal peligro que acecha hoy a la humanidad. Por ello, el remedio ha de ser la voluntad de empezar a entender de una vez por todas qué es el hombre, de conocernos a nosotros mismos con realista voluntad de resolver los problemas, no de cerrar los ojos y jugar a imaginar una humanidad formada por no-personas. Esto es el realismo antropológico: saber qué es el hombre y qué consecuencias tiene ser como es. Y que mejor manera para conocer nuestro manual de instrucciones que pedirlo a nuestro “fabricante”. Muchos lo pidieron antes que nosotros. Transcrito está: pero como el primer paso del hombre hacia el mal fue la soberbia, quizá el primer paso para su redención sea la humildad.

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