martes, 18 de octubre de 2016

EL “REFUGIADISMO” Y LOS “REFUGIADÍSIMOS”

Javier de Miguel

Desde que comenzó la crisis de los refugiados, los despachos de arquitectura del Nuevo Orden Mundial, con delegaciones en Nueva York y  Bruselas,  y sus demás burocracias sistémicas y países-satélite, nos azotan mediáticamente con la idea dogmática de que los países deben abrir sus fronteras incondicional e indiscriminadamente a los refugiados que llaman a la puerta de Europa.

Por supuesto, el asunto de los refugiados es un asunto económico. Recordemos que uno de sus principales impulsores, el gurú del mundialismo George Soros, se dedicará a realizar inversiones – siempre filantrópicas y desinteresadas, no vayamos a pensar mal- para facilitar su asentamiento en territorio europeo. Recordemos también que la avalancha de refugiados (que, para el liberalismo económico, en este caso encarnado en la Alemania de Merkel, no es más que un puñado de manos), permite presionar a la baja los salarios de todos los trabajadores nacionales ofreciéndoles trabajos de a un euro la hora a los de fuera, que derivará en no mucho más a los de dentro, so pretexto de que “otros lo hacen más barato”. Tampoco olvidemos que para el comercio de armas, la guerra es un suculento negocio, primero armando terroristas, y después armando a quienes los habrán de combatir. Incluso para quienes desean sofocar los focos de resistencia sistémica, la guerra es una buena estrategia de desestabilización de los territorios a cuyo mando están dirigentes que representan piedras en el zapato  de la globalización político-moral.

Pero no debemos caer en un excesivo pragmatismo, y olvidar que, en esencia, éste también es un tema de índole político-moral, concretamente de ingeniería social. La asunción por parte de las naciones europeas de las masas de inmigración conlleva una necesaria disolución de la cultura europea, antaño católica, también denominada “cristiandad”, luego cainizada por el “herejísimo”, y posteriormente, y como consecuencia de lo anterior, sumida en el más mediocre posmodernismo, hijo bastardo del liberalismo y el marxismo. Pero por si quedaba algún resquicio de ese glorioso pasado, aunque sea en forma de lo que los liberales llaman “cultura cristiana”, abrir fronteras es la gota que colma el vaso de la disolución de las tradiciones locales de los países de “acogida”, por supuesto también las religiosas, y pone en bandeja las políticas uniformistas y homogeneizadoras (que nada tienen que envidiar a las de la Unión Soviética), que pretenden, en el fondo, crear una cultura, moral y religión universales. Su leit motiv: suprimir la cultura, moral y religión tradicionales, y sustituirlas por ese concepto laxo de multiculturalismo, una supuesta moral de mínimos, que es el paradigma del relativismo, y una religión sin Dios, que es lo mismo que una pseudo-religión antropocéntrica donde el hombre es la medida de todas las cosas, y que creyendo dar así satisfacción a las aspiraciones humanas, como mal profetizaba Fukuyama, lo degrada y animaliza, convirtiéndolo en un esclavo feliz de serlo, como bien profetizaba Huxley.

Y todo ello sembrado en el terreno abonado con la libertad de expresión, de imprenta y de cultos que el liberalismo se encargó de arar permite acoger hoy las semillas del mundialismo que está fructificando, con las honrosas excepciones de naciones que están haciendo bascular el centro de gravedad de la civilización hacia el Este de Europa.

También desde las más altas esferas vaticanas, que se han acostumbrado con lamentable frecuencia a navegar de popa al viento de las ideas dominantes, también se nos fustiga, en este caso con el argumento de autoridad, con la idea de que es cuestión de humanidad, de caridad al prójimo, abrir las fronteras, que “construir muros no es cristiano”, etc.

Pues bien, para poner orden este caos, ignorante o interesado, nos puede ser de gran ayuda la teología moral tradicional, concretamente estos dos principios:

-          El bien espiritual, tanto a nivel individual, como nacional, está por encima de las necesidades materiales. Es lícito, es más, es obligatorio, atender primero a las necesidades espirituales de los pueblos, incluso dejar de atender las necesidades materiales de otros, cuando de ello puede derivarse grave peligro para la paz (gran número de terroristas infiltrados entre los refugiados) o el bien espiritual de la nación (disolución de los principios morales y culturales católicos por la entrada de fieles de religiones falsas, como el islam).
-          La práctica de la caridad para con el prójimo no se practica a tontas y a locas, movida por el sentimiento momentáneo, sino que tiene un orden de prioridades señalado por la razón. El motivo es el mismo por el que no es obligación moral amar con igual intensidad al padre que al extraño: el hecho de no estar unidos a nosotros por los mismos lazos. Por este motivo, en igualdad de condiciones, debe tener prioridad el compatriota, que comparte con nosotros el lazo inmaterial de la Patria terrena, respecto del forastero. Es decir, conforme a este criterio moral objetivo, sólo podrán admitirse refugiados cuando haya sido erradicada la miseria que sufre un porcentaje importante de la población nacional, y que además, en el caso de España, presenta una clara tendencia creciente. Lo contrario, aunque aparentemente caritativo, es realmente perverso, pues solamente contribuye a expandir la miseria y a dar un mensaje engañoso a quien cree que en el extranjero puede mejorar sus condiciones de vida. Y, desde luego, raya lo humillante cuando a esa inversión de prioridades se la sazona con la figura del “refugiadísimo”, aquel de quien millones de compatriotas que no llegan a fin de mes han de soportar el escándalo de la verborrea mediática, unida su derecho automático a gozar del sistema público de bienestar, del que no puede predicarse precisamente una especial solvencia.
La verdadera caridad, y la justicia que se deriva de ella, se practican promoviendo la paz en origen, y no promoviendo la guerra de parte de las potencias occidentales por motivos únicamente geoestratégicos, al tiempo que se lucran con el comercio de armas. Ellos son los únicos responsables morales del devenir de esta situación, y no aquellos quienes defienden poner límites objetivos (y no sólo cuantitativos) a la avalancha migratoria.
Pues bien, esto, que es lo que nuestra Madre y Maestra ha enseñado durante siglos, es lo que ahora parece haber olvidado, mientras el mundo nihilista, al alimón moralizante e inmoral, suelta lágrimas de cocodrilo teñidas de mundialismo.



1 comentario:

  1. Tienes toda la razón primo, nos están tomando el pelo cosa fina los listillos de siempre...

    ResponderEliminar