sábado, 30 de mayo de 2009

LA OPINIÓN DE LA SEMANA

Por Javier de Miguel

REVOLUCIÓN, INDIVIDUO Y COMUNIDAD

Hace no mucho, y con motivo de la reciente campaña de la Conferencia Episcopal en defensa de la vida, escuché en un medio de comunicación un breve corte de una entrevista a una persona encargada de un proyecto ecologista ligado a la defensa del lince ibérico.

Cuando (intuyo) se le preguntó por la campaña que la Conferencia Episcopal Española había lanzado, denunciando que los linces eran objeto de mayor protección que los nonatos, contestó que la comparación realizada por los Obispos españoles no era procedente, porque ellos defendían individuos, mientras que las organizaciones como la suya defienden comunidades. En otras palabras, a estos señores les importa un rábano el lince si en el planeta existiese un número de linces tal que la existencia de la especie no estuviera amenazada.

Esta afirmación no supone un gran escándalo cuando se refiere a animales (si bien es matizable, pues como ecologista no debería mostrar una indiferencia tan rasa al respecto). El problema surge (y alguien pensará que soy un malpensado, pero lo que observo me impide pensar de otra manera), cuando este razonamiento se extiende a todos los seres vivos, es decir, cuando introducimos en el mismo saco al hombre, de manera que el individuo humano tiene menos valor que la comunidad, o tiene el valor que la comunidad decida.

El quid de la cuestión es que las ideologías revolucionarias tienen en su ADN el rechazo a la importancia absoluta del individuo tomado al margen de la comunidad, lo cual tiene plena coherencia con la ideología utilitarista, que se resume en que se puede liquidar a unos pocos, si con ello se genera más beneficio que el mal causado. Esta ideología no niega el mal, pero lo justifica por un supuesto bien superior. Así, el valor del ser humano individualmente, en vez de ser una recta de pendiente cero en infinito, se dibuja como una función asintótica en el que la dignidad del ser humano se convierte en la variable dependiente (de la cantidad de seres humanos, de la utilidad que genera cada ser humano a la comunidad, o de vaya usted a saber qué), y no en la independiente, dando lugar a una función asintótica en los ejes del primer cuadrante: es decir, a más cantidad / utilidad / lo-que-interese, menos valor, y viceversa. Valgan como ilustración algunos someros ejemplos:

1) El mega-progresista y ultra-solidario gobierno español, que en los últimos años ha abierto la mano hasta la dislocación a la entrada de ilegales, prepara ahora un proyecto de ley de Reforma de la Ley de Extranjería que prohibirá proporcionar ayuda humanitaria a inmigrantes sin papeles. La razón de la incongruencia: esta gente interesó a la comunidad (en pretérito): más producto interior bruto, más consumo, más empleo, más votos; ahora no interesa que estén (en presente): más desempleo, menos consumo, más conflictividad, menos votos.

2) El nuevo proyecto de ley del aborto es otro ejemplo. Craso error cometen, a mi juicio, haciendo malabarismos para intentar demostrar lo indemostrable: que el feto abortado no es un ser humano. Mejor harían asumiendo que realmente se trata de un ser humano, y entrando en la teoría del “conflicto de intereses” o del “mal menor”, ambos de reminiscencia utilitarista, que es el verdadero trasfondo de la cuestión, es decir, que hay seres humanos “de primera” y “de segunda”, en función de lo que convenga en cada momento

3) Otro clásico del desprecio al ser humano, es el del mito de la superpoblación (según los neomalthusianos, hace 100 años que la especie humana habría perecido de inanición por falta de recursos, hoy en día somos 6.000 millones, y lo único que impide que haya gente que pase necesidad es la corrupción y la inmoralidad de un buen puñado de personas). El mito de la superpoblación y de la miseria es el punto de partida de las ideologías abortistas, anticonceptivas y eugenésicas, haciendo pagar por ello a los más débiles mientras se les hace creer que se les ayuda (entre paréntesis, es público y notorio que muchos métodos anticonceptivos químicos que se aplican a mujeres del Tercer Mundo están prohibidos en el mundo desarrollado por sus efectos nocivos sobre la salud. Además, si el problema es el VIH, una pastilla no lo previene: ¿será que lo que realmente importa es que no procreen, y si encima se mueren de SIDA, dos pájaros de un tiro?

4) Esta filosofía del hombre contra el hombre, que por un lado es dogmática en la defensa del evolucionismo más materialista, pero por otro afirma que es el ser humano el único y absoluto culpable del cambio climático y la extinción de las especies, como si su fantástica teoría de la evolución no tuviese nada que decir al respecto, sólo puede explicar su contradicción en el fustigamiento del propio ser humano, del que, aunque niegan el pecado original, afirman que su actuación sobre el medio es malévola por definición, y que lo que sobran, en definitiva, son seres humanos, y no linces o delfines.

Créanme que me gustaría pensar de otra manera: los hechos, y en especial los de más rabiosa actualidad, demuestran, como ya he dicho, que hay categorías, niveles, estándares, listones, umbrales, o como le quieran llamar, de seres humanos (no está mal para una ideología que afirma que todos somos iguales). El problema añadido es que esas categorías, niveles, etc, los fija un señor o señora con un pedazo de papel llamado Boletín Oficial del Estado en la mano, a la vez que afirma, como se oye en muchas ocasiones a la Vicepresidenta, que una cosa son las creencias de unos, y otra, las leyes (que no son más que las ideologías de los otros, solo que éstos mandan, y aquéllos, no). Así de simple. Tan simple y clamoroso como el desprecio que despierta una ideología que trata al ser humano como una auténtica basura.

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