jueves, 7 de mayo de 2009

LA OPINIÓN DE LA SEMANA

Por Javier de Miguel.

UTOPÍA VS PODER: ¿QUIÉN Y QUÉ SE GANA CON LA REVOLUCIÓN?


En la columna de la pasada semana dejé entrever que toda esta estructura revolucionaria, sus ideas, sus métodos, sus objetivos, etc, tenían un por qué. Y como corresponde a un asunto de enorme complejidad, su leitmotiv tampoco es baladí. No obstante, yo creo que en este camino las posibles argumentaciones se pueden agrupar en dos teorías: la de la utopía y la del poder.

Por un lado, algunas personas pueden pensar que estas ideologías revolucionarias son el fruto del pensamiento de un puñado de románticos de la antropología humana, que se creen iluminados ingenieros sociales con cuyas ideas transformarán el mundo, convirtiéndolo así en un paraíso terrenal, de seres humanos de género A,B,C, o cuantas letras quieran, auténticamente libres e iguales, y liberados de toda atadura pasada. Es la teoría de la utopía.

Yo me inclino más por la teoría del poder, por un motivo en esencia simple: montar toda esta tela de araña revolucionaria a nivel global, y que funcione, cuesta muchísimo tiempo y dinero, un dinero muy preciado, y que cada vez lo será más. Cuesta tanto dinero que se me hace peliagudo creer que la utopía sea el motor fundamental de este movimiento, porque de las utopías no come absolutamente nadie. Esto no quiere decir que muchos pensadores del pasado (de los del presente no estoy tan seguro), de cuya filosofía se aprovecha selectivamente la praxis revolucionaria, no tuvieran en su fuero interno algún tipo de utopía sobre el ser humano. Por tanto, no digo que no haya nada de utopía en todo esto, pero por pura lógica, la cantidad de la misma ha de ser inversamente proporcional al volumen de papel moneda que se invierta en el “proyecto”.

Un ejemplo: las ideas de los Fourier, Saint Simon, Owen, etc, e incluso las de Marx, podían haber tenido un cierto componente utópico. Sin embargo, la lucha de clases de los primitivos marxistas se ha convertido en la lucha de-lo-que-sea (sexos, generaciones, religiones) por parte de sus herederos contemporáneos. De-lo-que-sea, con tal de sacar réditos políticos que se manifiestan en una palabra: PODER.

Por tanto, más que de “ideologías revolucionarias”, deberíamos hablar de “revolución como ideología”, o mejor aún, “revolución como negocio”, pues del poder al dinero no hay ni un paso de distancia. Quien, gracias a la revolución adquiera poder, adquirirá dinero, que le proporcionará más poder, y así sucesivamente.

Ahora la pregunta del millón es: ¿por qué proporciona poder una ideología de semejante calibre, que, de por sí, sólo conduce a la ruina social y es moralmente reprobable? No es sencillo de exponer brevemente, pero grosso modo se puede resumir de forma muy gráfica, sin perjuicio de posteriores análisis más profundos.

Así, si analizamos ni que sea someramente cada una de las sub-ideologías sobre las que se asienta la revolución (ideología de género, feminismo radical, dirigismo educacional, “religión” democrática y laicismo, entre otras), todas ellas tienen un punto de conexión: dejar al individuo solo e inerme ante el poder político-social de hecho o de derecho. ¿Por qué? Pues sencillamente porque cada una de estas sub-ideologías pretende – de una manera o de otra – romper los lazos que el individuo tiene con su entorno, a saber:

- Ideología de género y feminismo radical: enfrentan a hombres contra mujeres, a esposos contra esposas y a hijos contra padres. En definitiva, es un mordisco a la yugular de la Familia*.

- Dirigismo educacional: usurpa a los padres el legítimo derecho de educar a sus hijos conforme a sus creencias, al mismo tiempo que otorga una desproporcionada autonomía a los menores, amparando un gran número de conflictos familiares. En otras palabras, el Estado queda libre para educar como le dé la real gana (La última: la AEPD – Agencia Española de Protección de Datos- se está planteando que los padres de los alumnos mayores de 16 años no tengan derecho legal a conocer las calificaciones escolares de sus hijos, por considerar que ello vulnera su intimidad. Para caerse del asiento).

- Religión democrática: La democracia como dogma en su fórmula “un individuo, un voto”. Así, se reduce la política a una mera aritmética donde lo único que importa es tener N+1 votos que el contrario, pudiendo tomar medidas represivas contra N-1 individuos sin que estos puedan defenderse.

- Laicismo: degollando la religión se consigue reducir la capacidad de juicio moral de los ciudadanos respecto de los gobernantes.

En definitiva, debilitar la sociedad enfrentando a sus organismos intermedios permite a los gobernantes mandar sin oposición alguna con una opinión pública educada y aborregada a la manera revolucionaria. Eso es lo que se busca. ¿Mano negra? No lo creo. Más bien creo que se trata de una Sociedad Anónima Revolucionaria, con numerosos socios, más o menos representativos, que unifican esfuerzos y recursos, y aprovechan sinergias para obtener un rédito. ¿Cuál? Ahora ya pueden contestar: PODER.




*Con el término Familia (en mayúsculas) me refiero al concepto único y unívico de familia formada por un hombre y una mujer unidos indisolublemente y abiertos a la vida. Con el término familia (en minúsculas) me referiré al absurdo conglomerado de figuras amorfas que las ideologías revolucionarias quieren equiparar al concepto de Familia.

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