sábado, 19 de diciembre de 2015

CLERICALISMOS

Por Javier de Miguel

Hoy en día abunda en muchos católicos una especial afición hacia el recorte de los derechos de la Iglesia sobre el mundo. Amparados en los peligros del clericalismo, hacen todo lo posible por desactivar los resortes doctrinales que puedan poner en tela de juicio los grandes movimientos económicos, sociales o políticos imperantes, bajo argumento de que la Iglesia no debe inmiscuirse en los asuntos temporales. Sería esta la fotografía del católico aggiornado.
El peligro del clericalismo existe y es real, pero no consiste en lo que los aggiornados temen. El verdadero clericalismo consiste en la intromisión de la Iglesia en lo que respecta a la vertiente técnica de los aspectos temporales, pero nunca en el enjuiciamiento moral de las políticas económicas, sociales o incluso generales.
Por el contrario, esta concepción desviada del clericalismo ha desembocado en otro tipo de clericalismo, en este caso una suerte de clericalismo inverso, de acuerdo con el cual, una vez acalladas las voces de la Iglesia en materia temporal, y reducida su pastoral al ámbito de lo puramente espiritual, es el mundo el que crea la doctrina, y la Iglesia, quien la acoge, adaptando su lenguaje a las categorías mundanas.
Así, por ejemplo, se busca la convergencia, que obviamente solamente se dará en el plano nominal, entre cierta terminología moderna con principios católicos clásicos. Por ejemplo, si la Revolución Francesa se inspiró en “Libertad, igualdad y fraternidad”, entonces la Revolución Francesa puede entroncarse con la doctrina católica; si el capitalismo liberal habla de libertad de iniciativa y derecho a la propiedad privada, entonces el capitalismo liberal es compatible con la doctrina católica; si los organismos supranacionales hablan de solidaridad, defensa de la mujer y lucha contra el cambio climático, se ve en estos conceptos un trasunto de los principios cristianos de caridad, dignidad de la mujer y cuidado de la Creación.
Por tanto, en el clericalismo inverso, la Iglesia se autolimita su papel al de mero animador que “bautiza” a diestro y siniestro cuanto de biensonante (aunque sea maloliente) existe en las categorías del lenguaje moderno. Y además, para más escándalo, a la Iglesia no sólo la quieren apartar los de fuera, sino los de dentro, convirtiéndose en una de las pocas instituciones que se ha propuesto como objetivo (quiero pensar que inintencionado) su autodestrucción.


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