lunes, 29 de junio de 2009

LA OPINIÓN DE LA SEMANA

Por Javier de Miguel


IDEOLOGÍA vs FILOSOFÍA: CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA


Pocas palabras hay que hayan sido tan desvirtuadas (porque desvirtuadas hay muchísimas, pero tanto como ésta, muy poquitas) como el “sentido común”. O, mejor dicho, fue desvirtuada tiempos ha por la izquierda revolucionaria (no conozco ninguna que no lo sea), que ahora ha pasado a omitirla y sustituirla por sucedáneos eufemísticos, y ahora es desvirtuada por la derecha liberal autonombrada “moderada”.

Desengañémonos: sentidos comunes sólo hay uno, el resto son artificialismos. De hecho, una de las principales características de fondo de las ideologías revolucionarias es su carácter artificial. Y todo ello, desde que la idea del contrato social entró, a través básicamente de Hobbes y Rousseau, que, aunque debida a dos concepciones opuestas de la naturaleza humana (el primero, por demasiado pesimista, y el segundo, por optimista), no han proporcionado, a la postre, resultados muy diferentes. Aunque pueda parecer extremo, se podría decir que la revolución nace de la mano de las ideologías, o mejor dicho, que las ideologías han sido las crías de la camada revolucionaria. Entonces, ¿todas las ideologías son, en tanto que artificiales, revolucionarias? Veamos primero qué entendemos por ideología.

Vaya por delante que la palabra “ideología” tiene muchísimo más reconocimiento social del que merece, pues no es más que el simple mecanismo de unidimensionar la realidad conforme a un prisma concreto: a uno sólo. Así, todos los problemas de la humanidad vienen porque falta / no hay/ es escasa/ se hace mal/ una determinada “cosa”, llamémosle objeto de la ideología. Esa “cosa”, pues, es el centro de rotación de la ideología en sí misma, que ofrece al público una realidad monotemática. Y, ¿qué pasa cuando la realidad, mucho más rica y compleja, contradice a esa ideología? La respuesta es (y aquí viene el mal endémico de las ideologías): Da igual. Se manipulará, se re-interpretará, se renombrará a la realidad para que parezca responder a nuestra ideología.

Para que nos entendamos: la praxis ideológica es como querer meter un globo hinchado en una caja de zapatos. Uno aprieta y aprieta, pero la caja tiene un tamaño y forma diferentes a los del globo. Si se deja de apretar, la tapa de la caja salta, y si se aprieta demasiado, el globo explota.

Traducción: el globo es la realidad, la realidad natural y verdadera del hombre y la sociedad; la caja de zapatos es la ideología, y la explosión del globo, supongo que huelga decir qué representa. Por tanto, lo realista es diseñar cajas de zapatos donde quepan globos, mientras que lo ideológico es fabricar globos que quepan en cajas de zapatos.

Y respecto a la primera pregunta que nos formulábamos, la respuesta es: sí. Las ideologías, en tanto que interpretaciones monodimensionales de la realidad, son siempre deformaciones de la misma, y por tanto, revolucionarias, por querer alterar artificialmente la realidad para convertirla en lo que uno cree que es.

La ideología deriva directamente del prejuicio. Toda ideología conlleva prejuicios, tantos como simplificaciones o deformaciones que de la realidad haga dicha ideología. Siempre que no se ven las cosas tal como son, allí hay un prejuicio. Y tanto si se hace intencionadamente como si no, ahí tenemos el germen de la ideología. ¿Por qué creen, si no, que en la política es tan importante el lenguaje? Porque la política moderna es simple y llana ideología, y por tanto, las cosas no han de significar lo que significan, sino lo que interesa que signifiquen.

Por eso, no es de extrañar que cueste tanto defender el sentido común desde el prisma de la ideología. Y es porque el propio modus operandi de las ideologías contradice al sentido común. Lo único que hay son visiones, interpretaciones, que pugnan como en una carrera por ver cuál de ellas es la acertada (porque un ideólogo nunca buscará ser el más acertado, buscará ser “el” acertado). Y si a eso añadimos que sobre la naturaleza humana lo único que hay es una tabla rasa sobre la que proliferan los aprendices de escribano, pues el resultado es el que es.

En definitiva, no hay soberbia más terca que la de las ideologías, cuyo único fin es la lucha contra la realidad para construir otra nueva en base a que el hombre es un libro en blanco donde se puede escribir lo que se quiera y como se quiera, siendo quien escirbe totalmente dueño de sus consecuencias. Pues miren si son dueños que todavía no conozco una sola agresión a la filosofía natural que haya tenido consecuencias “no-negativas” (positivas ni me lo planteo): ni el laicismo, ni el relativismo, ni el materialismo, ni el nihilismo, ni el cientifismo, ni el democratismo, ni toda la parentela de las ideologías revolucionarias han servido JAMÁS para hacer una sociedad más justa, más equitativa, más honrada, más responsable, más firme, más sincera, etc. Suena fuerte, pero no han traído ni una sola virtud. Lo único que han traído (y lo que traerán), son personas alienadas, sociedades blandengues y manipulables, ideas abstractas, muchos prejuicios, y sobre todo, muerte del espíritu filosófico. Nada hay más anti-filosófico que la ideología. Nada más lejos de ese amor a la sabiduría que durante milenios ha acompañado a la humanidad. El artificialismo condenó a la filosofía: su nieta, la revolución, la ha enterrado.

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