sábado, 20 de junio de 2009

REVOLUCIÓN, DELITO Y PECADO (Y II)

Por Javier de Miguel


El otro día acabábamos preguntándonos si existe una concepción verdadera y objetiva de la conexión ley-moral. Realmente sí existe, y es la que marca la moral natural.
En primer lugar, hay que decir que la moral no debe suscribirse a la ley. La ley no es fuente de moralidad, sino al contrario. No obstante, la función de la ley tampoco es regular todos y cada uno de los aspectos morales de la vida de los individuos, entre otras cosas, porque resulta imposible legislar contra la envidia, los pensamientos impuros o la codicia. Y además, porque excede la función legítima de la ley regular aspectos que no tienen que ver con las relaciones sociales.
Sin embargo, también en el ámbito social, la ley debe circunscribirse plenamente a la moral, de manera que todas las situaciones sociales que son inmorales (asesinato, violación, robo,aborto), sean también ilegales.


En este aspecto, y valga como paréntesis, no dejan de ser graciosas algunas contradicciones de la legislación actual. Por ejemplo, que sea ilegal la poligamia y no el adulterio, o la permisividad hacia los abortos de menores, al mismo tiempo que se persigue con saña la pederastia. Aspectos, todos ellos, que demuestran la incoherencia y desorientación de unas leyes, que hechas partidista y no objetivamente, se han desvinculado absolutamente de la moral para discurrir erráticas en el campo de lo meramente ideológico o utilitarista.

“Ahora bien, y esto es absolutamente fundamental: que algunos aspectos de la vida moral individual no sean punibles NO SIGNIFICA QUE LOS ESTADOS DEBAN SER INDIFERENTES HACIA ELLOS. Precisamente, la definición de bien común (cada vez más sustituida por el concepto revolucionario de “interés mayoritario”) implica que el Estado debe poner las condiciones para fomentar la perfección moral de los individuos. Metámonoslo en la cabeza: absolutamente ninguna ley es neutral: NINGUNA. Por ejemplo, la envidia o la codicia no puede ser delito, pero un Estado que transmite ideológicamente la idea de que la vida material es lo único que importa, está fomentando acciones individualmente inmorales que, si bien no son punibles, son moralmente rechazables, y globalmente indeseables.



"Los antiabortistas, que no aborten”, reza uno de los lemas revolucionarios en este aspecto. Dos errores garrafales se esconden tras ello: el primero, que el aborto atenta, ya no contra la moral individual, sino contra la moral de las relaciones sociales, en cuanto implica el asesinato de un ser humano. Y el segundo, que el hecho de reconocer la verdad de la vida humana desde la concepción, no implica que nos desentendamos de las situaciones aberrantes que ocurren a nuestro alrededor. No, no es solidaridad, como un revolucionario diría. Tampoco es agitación política, como despotrica el gobierno. Se llama caridad. ¿O es que, por analogía podemos decir, “quien esté en contra del homicidio, que no mate”, “quien esté en contra del robo, que no robe”, “quien esté en contra de la violación, que no viole?

“Los anti-divorcio, que no se divorcien”. Tres cuartos de lo mismo, aunque con algún matiz. El divorcio podría circunscribirse dentro de la moral del individuo, y por tanto, no debería estar perseguido, pero eso no significa que, como situación indeseable, deba ser fomentada, como hace por ejemplo (y, aunque se niegue, sobre esto hay datos concluyentes) la Ley del Divorcio-Express”

Cuando las ideologías revolucionarias acusan a la Iglesia de monopolizar los juicios morales, de lo que la están acusando es precisamente de lo contrario: de hacer entender que la moral natural, no por estar recogida en la doctrina de la Iglesia, es exclusivamente vinculante para los creyentes, sino que es vinculante a todos en tanto que “natural”, y precisamente por ello debe ser tenida en cuenta por la legislación, de manera expresa en lo que concierne a la moral de las relaciones sociales, y de manera implícita en lo que afecta a la moral individual. Señores, la moral es la que es, y es única. ¿Monopolio de la verdad? En absoluto. A la verdad puede adherirse cualquiera, pero eso no significa que la verdad sea cualquier cosa. Y menos ese papelito diario que redactan unos señores a razón de 6.000 euros al mes, y que dicen ser representantes legítimos del pueblo.

En definitiva, las ideologías revolucionarias meten (insisto, intencionadamente) la pata en dos aspectos clave: primero, disgregar moral y ley en el ámbito social, y el segundo, pretender influir en la moral de los individuos, no sólo no desincentivando actitudes indeseables, sino incluso fomentándolas bajo el revestimiento de la falsa libertad, que busca la pesca del voto fácil. Tan simple y a la vez tan irresponsable. Pero, ¡Ojo! Irresponsable no significa inconsciente. La revolución, bajo el cartel del buenismo, sabe muy bien lo que se hace, y por qué lo hace. Y es cuestión de poder, sí, pero no sólo...

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